viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuba sí, Estadio Charrúa no


Al fin, después de veinte años sin venir, después de diez años que lo espero, después de seis meses de haber adquirido la entrada, llegó el día del concierto de Silvio Rodríguez en Uruguay. Probablemente, si hubiera ocurrido a mis 16 años (esa época en que se citan frases contestatarias o de amor –que no es lo mismo pero es igual- sin comprenderlas bien, solo para afianzar una identificación con alguien admirado) la emoción y la ansiedad habrían sido mucho mayores. De todos modos, aunque éstas ya no sean mis épocas liceales, no dejaba de ser un suceso significativo. Silvio Rodríguez en Uruguay. Al fin, después de tantos casetes escuchados hasta el hartazgo.

Todo estaba predestinado a ser un evento perfecto. Mi madre, mi tía, mi mejor amiga y yo, todas en una espléndida ubicación en el sector VIP, nada de gradas: sobre la mismísima cancha del Estadio Charrúa. Pero si hay algo que debemos aprender, amigos míos, es no todo lo que estaba predestinado a ser, es. Ya la llegada en auto fue un caos absoluto, avanzando metro a metro a merced de los semáforos y el tránsito endemoniado de Avenida Italia en la hora pico. Hora pico + 20 mil personas con el objetivo de llegar a un mismo lugar= 30 minutos para avanzar 200 metros.

Llegamos sobre la hora en busca de la bendita puerta cinco. Mientras todas las demás puertas estaban vacías, la nuestra estaba atestada de gente. Nos dispusimos a esperar cerca de la puerta, pensando que, si eran entradas numeradas, no tenía sentido la noción de “colarse”. Una mujer nada simpática que, irónicamente, estaba delante nuestro, nos piantó un discurso eufórico y agresivo sobre  muestra inmoralidad por no haber hecho la cola que ella había tenido que hacer y no sé cuántas cosas más, pobre señora. Claro, entonces nos dimos cuenta que la cola tenía una longitud de miles de cuadras. Lo que tuvimos que caminar para llegar hasta el final fue más de lo que habíamos caminado para encontrar la maldita puerta cinco.

Y es que la cinco no era solo “nuestra” puerta. Era la de casi todo el estadio. Medio estadio entrando por una misma puerta. Y sin portero, sin acomodador, sin nada. Nada de nada. Setecientos pesos en entrada y cualquiera podía meterse por donde quisiera porque nadie controlaba nada. Digamos que fue el peor día de ventas para los revendedores. Decir que era un recital de Silvio Rodríguez y no, por ejemplo, del Indio Solari, porque la cosa podría haber terminado mucho peor. O quizás no, y son meros prejuicios. La cuestión es que la gente mantuvo la calma aún cuando la voz de Silvio empezó a sonar y la mitad de los espectadores nos encontrábamos afuera.

Me perdí el momento ese tan lindo de todo concierto, cuando finalmente el artista sale al escenario. Lo perdí, ya está, nunca lo voy a volver a tener. Al contrario, cuando ya en la cuarta canción logramos entrar al estadio, en vez de disfrutar a Silvio estuvimos largos minutos avanzando en una horda desorientada ante la falta de un mísero acomodador, y luego preguntando sector por sector para ver cuál era el condenado VIP 12b. VIP, un corno. Silvio estaba lejos, naturalmente, pero ni siquiera podíamos divisarlo porque toda la gente que entró sin  respetar su número de entrada (o sin entrada directamente) se había apiñado de pie delante de nuestro sector. Pero al menos ya estábamos allí, y teníamos una pantalla gigante.

La pena es que la desagradable travesía de la entrada empañó, durante los primeros minutos, lo que debería haber sido un momento no sé si mágico, pero al menos especial.  Afortunadamente, Silvio cantó casi tres horas, por lo que hubo tiempo suficiente para quitarse el mal humor y entregarse a sus canciones. Todos sabemos que los recitales de músicos con mucha trayectoria  tienen su mejor parte en la segunda mitad. Antes presentan los temas nuevos, que muy pocos conocen, en melodías de belleza variable. Está bien, ningún artista –salvo Vilma Palma- merece cantar solo canciones del noventa para atrás.


(La captura no es mía, es tomada de un alma amable que compartió su registro en la ciberesfera)

Pero fueron, por supuesto, esas canciones del noventa para atrás las que nos emocionaron. Más que los clásicos Ojalá, Óleo de mujer con sombrero, Por quien merece amor y la preciosa Playa Girón, me conmovieron cuatro canciones quizás no tan conocidas, que siempre había escuchado con el sueño de sentirlas en vivo algún día. 

La maza, la primera que escuché de él y que me asustaba de niña con los golpes de percusión que imitaban un corazón o una maza sin cantera, fue también la primera conmoción de la noche. La gaviota, una pequeña canción de melodía increíble, fue un regalo inesperado. Casi había olvidado que quería escuchar esa canción. Tan rápida, tan detenida. Qué belleza. Luego, El Necio. Canción poderosa como pocas, también inesperada, y más poderosa que nunca. Y después, casi al final, Pequeña serenata diurna. ¿Cómo alguien puede cantar “soy un hombre feliz” en una melodía tan pero tan melancólica y lograr que le creamos profundamente?


(Ya se habrán dado cuenta que este recital tiene una data de largos años, aunque su voz sigue intacta)

Me acuerdo de un amigo que hace años me había regalado un casete con esas dos últimas canciones porque eran sus preferidas y yo nunca las había escuchado. Qué alegría habrá sentido cuando Silvio se las regaló en vivo, desde el lugar del estadio donde se encontrase.

Tal vez el final podría haber tenido una culminación más enérgica. El tercer bis no culminó con Unicornio, el hit que faltó sin aviso, tal vez porque no lo pudo encontrar. Al contrario, el concierto cerró con dos canciones nuevas (es decir, poco conocidas), sin demasiada emoción. Canción urgente para Nicaragua también habría sido un final explosivo. Pero, ¿saben qué? No importa. La ternura de su guitarra vale por cualquier final taquillero.

En fin, la espera de veinte años terminó, la noche esperada terminó, Silvio terminó, y pese a los obstáculos fue una velada linda.  Igualmente me quedo con un “ojalá”: que no se vuelvan a  (des)organizar espectáculos con esta negligencia, ni en el Estadio Charrúa ni dondequiera que sea. Los artistas merecen que se los disfrute con respeto. Quizás la próxima vez la calma de la euforia por su venida aplaque la sed de ir a verlo y todo discurra con mayor tranquilidad. Y que va a venir, es casi cierto: descubrí que las dos palabras que más usa en sus canciones son “corazón” y “porvenir”. Y esas dos palabras juntas solo pueden significar algo bueno.



2 comentarios:

el autor del Blog dijo...

El final... el final fue mágico. Paula. Tocó Paula en vivo en el final de un concierto increíble.
Yo llegué muy temprano a ese concierto. Veinte años temprano, llegué. También compré meses antes la entrada. Por suerte no viví esos minutos horrendos que vivieron muchos; yo llegué y entré tranquilamente y me senté, y hasta tuve tiempo de ver a los teloneros y preguntar veinte veces "¿quiénes son?"
Y fue mágico, sí. Fue mágico verlo aparecer. Fué mágico verle hasta el tatuaje en la mano que rasgueaba esa guitarra en soledad. Fue mágico, increíble, irrepetible. Realmente me enteré de todos los líos organizativos tiempo después.
Y claro, para mí fue genial que no cantara Unicornio, porque Unicornio me tenía podrido. Y como últimamente lo que más me gustaba de Silvio eran sus temas inéditos, esos que nadie conoce y que uno sabe que nunca se van a tocar en un concierto. Hasta hice por facebook una cuenta regresiva de los diez temas que me moría de ganas de que tocara pero sabía que nunca iba a tocar. Y el tipo se cagó en todo y me regaló un final con Paula, un silencio final en el Charrúa, sin viejas cantando la canción a los gritos histéricos. Un Charrúa en silencio y de pie escuchándolo cantar una canción que sólo yo y diez más conocíamos.
Qué noche...

S-Siro dijo...

yo lo oi el 2007 en mi ciudad (Lima), cuando a mitad del año pasado una oferta de vuelos me puso en el camino de oirlo nuevamente en Buenos Aires...finalmente se adelanto a Buenos Aires el concierto de Montevideo.. una tragedia la entrada es cierto... luego ese final... Paula no es nueva, pero no es muy conocida.. y yo ahi, a unos metros pegado a la reja oyendolo cantar Paula (cuando empezo a tocarla, no pude evitar gritar Paulaaa!!! por suerte mis vecinas de sitio no la conocian). Ahora me voy alistando para mi 4to concierto en un 4to país :D