miércoles, 19 de octubre de 2011

La colère de Robert Goren

Llega el final de Law and Order Criminal Intent  a las pantallas de Latinoamérica y vuelvo a renovar mi promesa de no engancharme más con series policiaco-detectivescas que creo ya vi o leí por ahí. Todo se repite, vuelvo a caer. Este género para mí es un placer culposo. Debajo de un montón de fotocopias que me quedan por leer escondo a Simenon, pero justo antes de apagar la portátil, ya acostada, el refilón del lomo rojo de un librito con una aventura de Maigret me llena los ojos, es tarde pero no importa, solo un par de páginas, no me va a pasar nada, yo lo dejo cuando quiera…
Maigret, el detective comisario que habita la obra de Simenon apostado en la base del Quai des Orfèvres posiblemente sea un paradigma dentro de los detectives del método de proximidad psicológica, lector y traductor de escenarios de la escena del crimen donde cada tanto despliega el histrionismo que suele reprimir. Claros ejemplos serían cuando se hace pasar por Emile Boulay, la víctima de turno en “La colère de Maigret” para adentrarse en los nuevos negocios y concertar una cita pendiente del occiso que regenteaba  una serie de cabarets en Montmartre. Las subidas y bajadas en el temperamento del comisario nunca dejaban de sorprender a los implicados por más que lo conocieran con anterioridad como los jueces y sus subordinados de la Policia Judicial; y por supuesto para con los potenciales sospechosos no pocas veces la experiencia resultaba un tanto extrema. La empatía para con estos el envolvimiento que emana la discursiva de un sujeto en apariencia demasiado peligrosamente simple, que cuando interroga parece estar pidiéndote ayuda porque hay cosas que no están claras y lamentablemente “él es un veterano que cuando está en su oficina vive tapado de folios listos para pasar a instancia judicial”. Expresiones como: “Esta vez le tocaba a Maigret hacerse el ingenuo” o “Maigret asintió con un gesto de la cabeza. Había tomado un aspecto de niño bueno y parecía dispuesto a las confidencias” operan entre las líneas de diálogo hasta que llegan los “El comisario echó a reir” “Pareció haber un momento de malestar entre los dos hombres. Maigret en ningún momento manifestó la intención de no quedarse allí ”. 
Jean Gabin como Maigret
Simenon se refugia en un verbo como “hipnotizar” para hacer explicar al narrador lo que sentía Maigret por los casos, no podía entender cómo los otros inspectores no se habían dejado hipnotizar por el caso y prestaban más atención en comparar sus cañas de pescar para el presente verano, y así repite el citado verbo en distintos pasajes. El hecho de usarlo de esa manera directamente nos remite a la idea de humanización, de subjetividad reinante una personalidad y sus reacciones lo que  enriquece los esquemas del género y abrió la puerta a cambios en el mismo. Hoy parece que se puede ver eso en muchas versiones unas mejores que otras, menos caricaturizables, etc. pero el escritor belga como digno testigo del corto SXX at large, (1903-1989), con un estilo claro, una escritura impecable, contribuyó, y lo digo sin temor a equivocarme, a fenómenos como los de la novela policial sueca contemporánea,  por ejemplo.
Esta misma foto estaba en uno de mis primeros libros de texto de francés,
primer encuentro cara a cara con el señor.

El hombre en superficie normal que pierde el control, que duda, el alcoholismo siempre latente, el estrés, la distancia rutinaria que se establece apenas como paréntesis de la relación entre el comisario y la Sra. Maigret (sí, así aparece mencionada en casi toda la saga) se combinan con expresiones como “Maigret fue a sentarse en el reborde de la ventana, sin saber muy bien por qué había ido al despacho de Lecoin”, “Recorrió de nuevo la lista con los ojos cerrados para sentir si encontraba algo nuevo”, “Maigret permaneció inmóvil durante dos buenos minutos, con los puños cerrados, y por fin, su rostro fue recobrando poco a poco el color”. Hay lógicas, de las más explicables y de las otras que ni lucen ni actúan como tales, cuando casi al final y el acusado le pregunta: ¿Nunca ha sentido ninguna pasión, Sr. Maigret? y éste “finge no haberle oído, dándole la espalda, decidido a no dejarse conmover” pero que en realidad termina en una gran recaída, sueño agitado, necesidad casi patológica de caminar y caminar… mostrar eso es parte del legado de Simenon para con la novela policial.
Si alguno de ustedes, estimados lectores, siguió alguna vez, algunos episodios de Law and Order C.I. podría perfectamente jugar a buscar las coincidencias de lo leído en párrafos anteriores con una descripción somera del Dtve. Robert Goren, interpretado magníficamente por Vincent D’ Onofrio. Con esto no quiero decir que Goren sea una copia o apenas una versión de Maigret sino por el contrario prefiero analizarlo como una construcción genuina, más bien moderna, original pero a su vez continuadora de una tradición. A través de los años descubrió que uno de los peores y más perversos criminales con los que lidió era su padre biológico, se hizo cargo de pésima madre que sufría trastornos psiquiátricos, trató de encontrar a su hermano que terminara suicidándose una y otra vez, luchó por salvar a su sobrino, un adolescente que casi termina asesinado en una especie de cárcel-instituto psiquiátrico, en el que él se hace encerrar como último recurso con atroces resultados.  
Trató de dejar, sin éxito al menos evidente aún, los miedos a convertirse en el padre que había conocido, quien lo obligaba de niño a acompañarlo a visitar a sus amantes en sus citas, que maltrataba todo a su alrededor  y se alejaba de cualquier compromiso con una mujer entre otras conductas patológicas. Alguno podría decir que el compromiso con Alex Eames (la eterna compañera, mucho más que solo un complementario apoyo) va más allá de todo eso, es decir, la renuncia de ambos a la unidad cuando a ella la nombran capitán y lo primero que le piden en su nueva función es despedirlo, él renuncia primero para que ella pueda avanzar en su carrera y se abrazan casi llorando y para sorpresa de todos ella decide presenta su renuncia pocos minutos después porque la tenía preparada sospechando lo que le pedirían. Eso se podría observar como una de las mayores muestras de mutua fidelidad vistas jamás en este tipo de serie. Lo cierto es que hace unos cinco o seis años NBC y la producción  hicieron una encuesta entre fans para saber qué opinaban de un posible romance entre Goren y Eames, y en oposición a lo que esperaban, alrededor de un 60% dijo que mejor no. Algunas opiniones de foro rezaban que eran uno de los últimos grandes ejemplos en tv de la verdadera amistad entre el hombre y la mujer en caso de que exista. La relación entre el detective y la bella psychokiller Nicole Wallace merece capítulo aparte podría decirse que sacó lo más oscuro del tipo visto de las temporadas en las que estuvo.
La serie ya tenía final, había cambiado de detectives protagonistas dos veces (interpretados en una etapa por Chris Noth y en otra por Jeff Goldblum) en estas temporadas hubo un par de participaciones de D’Onofrio y Katherine Erbe que los fans de la primera hora agendábamos con esperanzas de más.  Se terminó, pero volvió por ocho episodios con el dúo original (temp. corta verano 11 U.S.A) dicen que a pedido de fans dentro del propio emporio Comcast dueño desde 2009 de NBC. El nuevo final, mañana a las 22:00 en AXN.
En fin, la suerte de poder ver nuevos finales antes de que se acabe el mundo. Gracias por las horas de entretenimiento y por mostrarme desde adolescente que los peores criminales andan más cerca de una de lo sanamente esperable… muy bien, por suerte no vivo en NYC, al menos uso esa excusa como consuelo.         

martes, 18 de octubre de 2011

Ruy Ramírez

He decidido bautizar el presente post con mi presente nombre con el único cometido  de que aparezca en la búsqueda de Google cuando se escriba mi nombre. Así, cuando en un ataque de narcisismo desesperado me busque, encuentre este post y me dé cuenta de lo que soy; un narcisista desesperado.

También mi nombre funciona hoy como puerta a la reflexión porque sucede que yo cargo con este nombre y gracias a tal carga me he dado cuenta de que me espera una gran crisis. Resulta poco común esperar una crisis, tal vez porque el hecho de conocer su advenimiento influye para que se haga algo que impida que ésta no suceda. Pero… hay ciertas cosas que pese a que se conozcan no se puede actuar contra ellas; lo que me pasa a mí es algo similar a lo que le sucede a los nórdicos con el Ragnarok. Los dioses sabían que la batalla del fin del mundo llegaría, y con ella su muerte; con eso no podían hacer nada más que esperar hasta que las cadenas del perro Fenrir se rompieran. Y si los dioses no pudieron hacer nada contra el Ragnarok, ¿por qué yo voy a poder hacer algo que me prepare para cuando me encuentre con otro sujeto llamado Ruy? 
Foto: Ruy Ramírez
Nunca me he encontrado con otro Ruy, y siento que cuando lo haga voy caer en que otro sujeto está cargando mi nombre; o peor aún, que yo estoy usando el nombre de otro sujeto.
Si por tener un nombre extraño uno se cree especial, ¿cuánta gente con el mismo nombre se creerá especial?  Frente a esto, William Shakespeare dijo: "Nothing is so common as the wish to be remarkable"  que yo traduciría toscamente como: “No hay nada más común como el deseo de ser extraordinario”.

Harvey Pekar en el filme Esplendor Americano[1] (y por ende en su vida) se hace una pregunta similar.  Se ve que también es común preguntarse porque hay cosas que atentan contra la capacidad de ser especial que uno tiene.

  
Al parecer, todo lo que proclaman los libros de autoayuda es mentira: no somos especiales. Toda la gente que afirma ser la reencarnación de Cleopatra, Juana De Arco, Julio Cesar o Jimmy Hendrix miente. En caso de existir, la reencarnación sería en otro hijo de vecino, igual que ellos.

¿Cómo recibiré a mis otros yo? ¿Es cómo una película de las hermanas Olsen? ¿Es como Homero frente a Cosme Fulanito, pero sin el perro con la cola peluda? ¿Va entenderme mejor que nadie? ¿Va a crearse un lazo mágico tipo película de artes marciales? ¿Voy a matarlo en camino de ser el único?

Todo aquello que puede ser nombrado es cierto. Por lo tanto mi nombre es lo único que tengo, es aquello que me convierte en verdad, ¿y tengo que compartirlo con otros?

No hay respuestas ni conclusiones para tal dilema narcisista, que sin embargo es común a todos, ya lo dijo Shakespeare. Creo que lo mejor será esperar caminando por la llovizna hasta encontrar a otro Ruy Ramírez que conozca la respuesta a mi problema, perdón… nuestro problema. 

[1] PULCINI, Robert, SPRINGER BERGMAN, Shari (2003) Américan Splendor

domingo, 16 de octubre de 2011

God Save The Bufon


Hoy quería recordar a una de las bandas más increíbles que vio nuestro país: Bufón.

Foto de Pata Torres
Cada vez que recuerdo que Ossie no está vivo, las mismas tres palabras resuenan mi mente: "la puta madre".

Tuve la suerte de poder disfrutarlos en vivo un montón de veces, me encantaba la banda. Siempre que me daban las monedas iba a verlos. 

Recuerdo bailar hasta más no poder y saltar lo más alto posible cada vez que escuchaba: "Manicomio underground", "Nene de cumpleaños (la torta)", "El viaje del botija", "Plateado", "Cobra en mi jardin", "A mi buñuelo",  "Marianelas", "La octava de Octavio" y "Dios salve al bufón" todas las que incluyeran en la lista esa noche.

Después de la muerte de Ossie, me costó mucho volver a escucharlos. No sé. Me ponía mal. Las letras las interpretaba de manera distinta. Me bajoneaba. No me inspiraban esa alegría y ese enchufe a 220 en las venas. Hasta que un día los volví a escuchar. En ese momento me di cuenta de que la mejor manera de mantener viva su música, su energía, es dándole al play a cualquiera de sus canciones.  Escucharlos.
 
Salú, Orson. Salú, Bufón.