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Fotografía: Ruy Ramírez |
Apelaré a un ejemplo hartamente empleado –no por ello incierto ni irreflexivo– para diagramar un tema que me hipnotiza y que no agotaré en esta columna. Sabido es que Platón desdeñó la escritura como dispositivo de almacenamiento del conocimiento. Si el hombre ya no tuviera que acudir a su propia mente para confeccionar ideas, puesto que paulatinamente estarían plasmadas en un soporte inerte y a disposición para ser revisadas, ¿qué sería de la producción de conocimiento? ¿Qué distinguiría a los verdaderos sabedores de los meros imitadores que raptan los más acuciantes y profundos enunciados ya creados por otros? ¿Qué sería de la memoria si ella se viera facilitada por una prótesis llamada escritura?
Por suerte Platón nos dejó su legado escrito, así hoy podemos seguir discutiendo sus pensamientos para nada caducos. Esa paradoja platónica –criticar la escritura escribiendo–, envuelta en una tecnofobia poco disimulada, nos parece obsoleta, ridícula, perecedera. ¿Quién argumentaría en contra de la lecto-escritura con los mismos fines que Platón? Sin embargo, la aversión a ciertos hitos tecnológicos, se renueva permanentemente en Occidente.
Puedo hablar de las redes sociales como la última gran avalancha que modifica algunas estructuras comunicacionales, sociales y culturales. También puedo abordar la telefonía móvil (¿o mensajería móvil?) que introdujo un sub-código lingüístico propio antes que el Twitter.
No obstante, me detendré en la televisión porque ella, aun instalada y apropiada, siempre (y lo vuelvo a afirmar: siempre) posee flancos para ser atacada.
No me parece adecuado debatir acerca de ella en los términos de “chatarra” o “no chatarra”. ¿Qué es la televisión chatarra? Para adjetivarla así, primero habría que definir qué es lo que se pretende ver en su programación y en caso de que no cumpliera con las expectativas, señalar qué es lo que no corresponde. Pero, ¿cuándo se enumeró qué debería transmitir la señal televisiva? ¿Qué se supone que debe mostrar la televisión? ¿Ópera? ¿Teatro? ¿Ballet? ¿Documentales? En realidad, ya lo hace. Por otro lado, ¿desde cuándo el estándar es el de la cultura entendida en parámetros elitistas? Estoy segura de que Platón también se rió de algún chiste de Jaimito, es decir, hasta el más erudito debe haberse desprendido en más de una oportunidad de aquellos momentos de alta concentración analítica.
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Fotografía: Ruy Ramírez |
¿Qué metas perseguimos de la televisión? ¿Que nos eduque? Sinceramente, yo no pesquiso el lenguaje televisivo para que me eduque. Si tomo una matriz de aprendizaje laxa, puedo asegurar que se adquieren conductas y que se adoptan modelos que nos avasallan desde la televisión y que no siempre son los ideales (en un sentido platónico). Entonces, ¿por qué seduce tanto si nos des-educa, nos tuerce, nos desvía? Soy hija de una generación televisiva y como para muchos otros, ese aparato prismático cautivó mis pupilas desde muy pequeña. De todas maneras, mi proceso de socialización fue y es mucho más rico y complejo como para culpabilizar de mi mal-crianza a la televisión. Cierto es que actualmente las subjetividades se van moldeando cada vez más no sólo por una imagen televisiva, sino también por una vida televisada. Cualquier vecino, cualquier edad, cualquier ciudad, puede ser partícipe de un “reality show”. Justamente, de un “show” que simula ser real.
Otro disparo que se atina sobre la televisión es su finalidad de lucro. La tele quiere vender... sus productos. Con este punto disiento en el cimiento mismo. No es un descubrimiento que sea una empresa y, según las leyes capitalistas, debe ser rentable. Seguramente el supermercado de tu barrio también quiere que sus números no estén en rojo. Quizás esa casa de zapatos te descuente el IVA para que te lleves dos pares en vez de uno. La casa de electrodomésticos permitirá que abones en cuotas con tu tarjeta de crédito el LCD que, contradictoriamente, te llevarás orgulloso a tu casa para observar las chatarras que no te educan, en la comodidad de tu domicilio y con alta definición. Probablemente, la maldición y bendición de la televisión es el de ser una empresa “pública”, de la que cualquiera pueda hablar.
Tal vez dentro de 25 siglos alguien se detenga a observar cómo criticábamos la televisión con la misma devoción que la devorábamos. Y quizás arriben a la misma conclusión que nosotros respecto a Platón y la escritura. Es cierto que con la misma técnica se escribieron maravillas y al mismo tiempo pesadillas. Con todo, no es culpa de la tecnología, ella está a nuestro servicio, hay que resolver qué hacemos con ella y qué hacemos de ella. Por lo tanto, nosotros, ¿qué hacemos con la televisión?