El dramatismo divo, etéreo, femenino, que
escoltaba las incomparables habilidades vocales y la expresividad teatral del gesto
que correspondía a cada pieza del repertorio de Edith eran potenciados por el oído,
las manos y la sensibilidad de otra mujer debajo del escenario a la sombra
respecto de los flashes y los atisbos de tormentosas relaciones.
Estoy hablando de las músicas, que eran lo
suyo, durante casi veinte años, la diva
interpretó casi una treintena de canciones con sus melodías, ya sean escritas
para o con ella, o para otras enormes
intérpretes como Annette Lajon o Marie Dubas.
De izq a der. Odette Laure, Marguerite Monnot y Edith Piaf |
Frente a la biografía de la Piaf la suya parece
en principio de lo más tranquila, hija de
una maestra y un pianista, profesor y compositor de música litúrgica en la
pequeña ciudad de Decize resulta una prodigio del piano que a los dieciséis años
ingresa al Conservatorio de París habiendo rechazado poco tiempo antes un lugar
como músico de la corte española, ante la incredulidad de sus padres. Su fama
crece, a los dieciocho su carrera de concertista llega a su fin, decide no
subir al escenario en Nueva York, ya nunca más tocará en público, los rumores
sobre su pánico, posible locura y compleja personalidad no tardan en
reproducirse, y por su inmensa timidez jamás pudieron ciertamente rebatirse.
Recién a los veintidós logró volver al ruedo,
pero ya de la mano de otros sonidos: los de la nueva música popular parisina,
para horrorizar a su familia entre otras cosas. La historia sostiene que su
primer canción fue “Ah! Les mots d’amour!” (las palabras de amor). Cuatro años después
gana el gran premio de la Academia del disco francés por un tema llamado “L’étranger”
(el extranjero). Tal vez sea por esto que el letrista Raymond Asso decide
presentarla a una nueva cantante que interpretaba su éxito por los bares de
toda la ciudad. De más está decir que el trío Monnot-Asso-Piaf trabajó en temas
románticos que calaron hondo, que sonaban a tristeza y melancolía inseparables
a las historias de amor de la guerra en tiempos de guerra: “Le fanion de la Légion”,
“J’entends la sirène”," Mon Légionnaire”, “Je n’en connais pas la fin”.
Monnot al piano junto a Piaf y M. Cerdan. |
En lo artístico
se suman al grupo Yves Montand, un casi adolescente Charles Aznavour y Georges
Moustaki, con el que años después Monnot compondría el gran suceso
internacional que marcó un regreso a la cima de los rankings: “Milord”. Antes
de eso, tras el fallecimiento de Cerdan en un accidente aéreo, las dos
compusieron codo a codo: “L’hymne à l’amour” dedicada al malogrado enamorado. Dos
clásicos incuestionables.
Tiempo
después una gran pelea marcó el fin de la amistad porque para la obra de teatro
“Irma, la douce” (uno de los musicales más famosos del teatro francés y uno de
los pocos que traspasó fronteras) la compositora decidió dar el protagónico a una
actriz y no a una Piaf cada vez más irresponsable para con el trabajo que
estaba cayendo cada vez más bajo en su adicción a los calmantes y el alcohol. Los
ataques de todo tipo por parte de la diva, los conciertos suspendidos, el
desmayo en el recital del Waldorf Astoria, el dominio de la vida de la estrella
por parte de un entorno muy perjudicial fueron decantando la prohibición de la
sola mención de la Guite (como también llamaban a Marguerite) que no pasaba ni
siquiera por enfrente del estudio de Boulevard Lannes; todos estos factores se
atenuaron o maquillaron por la llegada de otro joven pianista a la vida de la
Piaf: Charles Dumont cuyo talento le regalaría un último gran tema: “Non , je
ne regrette rien”.
Por
aquellas mismas épocas, Marguerite Monnot moría, algunos dicen que se dejaba
morir, la depresión que había inundado su adolescencia y primera juventud había
vuelto en los cincuenta y pico, la voz de su música la había abandonado, ella
creía que el fin de una relación o la no realización de un trabajo no podía
terminar con una amistad tan fuerte. Se equivocaba. Según su marido cada vez
estaba peor y esa operación por una apendicitis que había dejado avanzar le dio
el motivo para dejarse ir. La noticia ganaba los cafés en la madrugada del 12
de octubre de 1961, hace hoy exactamente cincuenta años, la leyenda dice que un
parroquiano grito en un barsucho bohemio de Montmartre: “Brindo por el talento
verdadero detrás de una jovencita desgraciada que sin ella se volvió una diva
en decadencia, nuestra copa y nuestra lástima para las dos”.
La Piaf le
sobrevivió exactamente dos años, es decir, murió en octubre de 1963 a los
cuarenta y siete años tras una larga agonía en la que la fiebre delirante le
hacía invocar personajes de su pasado según contara su último marido Theo
Sarapo (y también como lo interpretara de forma magnánima Marion Cotillard frente
a la cámara de Olivier Dahan). La môme solía clamar por Marguerite pidiéndole
que se acercara al piano que esta noche trabajarían en una nueva canción mientras
tomaban champagne.
Como epílogo se podría agregar que hace un par de años se descubrió entre
viejos archivos y papeles de Piaf listos a ser rematados que Marguerite Monnot
había compuesto la música de la canción emblema de la estrella más grande de la
música francesa:“La vie en rose”.
Nunca la
firmó, no se sabe por qué, Emanuel Bonini habla del vínculo como de interdependencia
pero con sentimientos de megalomanía por parte de la intérprete y de inferioridad
por parte de la compositora, el no soy lo suficientemente buena para ella
gobernaba el pensamiento de Monnot por más que antes y después de Piaf e
incluso durante la pianista de Decize escribió teatro y compuso música para
otros cantantes y para bandas sonoras de unas cuantas películas.
Al final
todo se reduce a una historia de amistad, hermandad, decepción y dolor; todo
eso es amor dentro y fuera de sus canciones.