Fotografía: Federico Pérez |
Pensemos en atributos como la valentía, la sabiduría, la fuerza, el honor. Asociémoslos con algún sector de nuestro cuerpo y percibamos si los sentimos como innatos o como adquiridos. Por último, analicemos si esas cualidades son asignables a mujeres o a varones.
Hagamos el mismo ejercicio, pero esta vez con la belleza, la delicadeza, la pureza, el miedo.
Por lo general, los rasgos enumerados en primera instancia son calificativos masculinos que suponen un esfuerzo constante por conseguirlos (y un logro si se obtienen) porque histórica e insistentemente reproducimos esos valores intangibles como moldes que los masculinos están obligados a perseguir.
Fotografía: Ruy Ramírez |
Por otro lado, la listita del segundo párrafo nos conecta con la feminidad. Ya no se trata necesariamente de metas o características alcanzadas, sino de propiedades que se tienen, que las dota la naturaleza.
Ese mecanismo supone una complementariedad casi perfecta, en donde la completud se adquiere con la unión de opuestos, es decir, cuando cada uno busca lo que le falta en otras personas.
Una de las grandes consecuencias que acarrea este dispositivo es dicotomizar a las personas, dividirlas binariamente, y obligarlas a jugar del lado de un único bando. Otro resultado es diagramar permanentemente estereotipos que con el correr del tiempo modificarán sus cláusulas, pero no el tipo de contrato al que todos nos sometemos. Todos estamos estereotipados.
Si bien esto conduce a ciertas relaciones de poder asimétricas entre varones y mujeres y a metas rígidas de subjetividad, ahora quiero que hagamos una última reflexión que va por otro lado. Cuestionémonos qué nos sucede si no logramos acoplarnos al canon hegemónico que se nos impone. ¿Qué pasa si soy un varón “afeminado”? Por lo menos soy un puto, un marica, o un chupa pija ¿Y esa mujer que se identifica con aptitudes masculinas? Es una marimacho, un Carlitos, una macho Bartolo.
Complejicemos la situación con una variable como la orientación del deseo erótico-afectivo: ¿cómo tratamos a un homosexual como sociedad? ¿Cómo adjetivamos a un o a una transexual?
Fotografía: Ruy Ramírez |
Aquellas personas que poseen características “híbridas” –masculinas y femeninas– habitualmente son desplazadas del rótulo de “normales”, seriamente discriminadas y simbólicamente asesinadas. Forman parte del sistema (por más que se ubiquen en un margen) ya que gracias a ellas nos sentimos más cerca del estándar que diariamente nos martiriza por su insaciabilidad, intolerabilidad y despotismo.
Distinto sería si todos comprendiéramos que somos seres diversos. Por un lado, dejaríamos de taxonomizar a los sujetos en hombres, mujeres, putos y marimachos. Por el otro, no andaríamos tan angustiados por no poder ser lo forzosamente sabios o lo suficientemente bellas.