sábado, 28 de julio de 2012

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre gimnasia y nunca se le ocurrió preguntar

Larisa Iordache, la gimnasta preferida de Mediorama Uruguay.


Parafraseando a mi colega Ruy Ramírez, una de las cosas más atractivas de los Juegos olímpicos es que uno se puede volver especialista en un deporte tras mirar 75 segundos de una competencia. Lamentablemente, esto también corre para la mayoría de los comentaristas, que solo aportan  datos redundantes (“la caída del gimnasta de China”… ¡sí ya sabemos que se cayó!) o biográficos (“el gimnasta nacido en 1986, que compite sus segundos Juegos Olímpicos”… A-bu-rri-do). Con suerte los estudios llaman a escena a algún juez o ex gimnasta que explica los elementos de manera más o menos accesible (como un tal Seba de la TV Pública Argentina, quien lanzó ciertos comentarios enriquecedores si ignoramos el hecho de que casi lo único que le importaba era la clasificación de un gimnasta argentino en las anillas). 

Es cierto, podemos tornarnos expertos en casi todas las disciplinas (recomiendo la arquería en esto de comprender deportes que nunca habíamos mirado antes), pero con la gimnasia puede resultar algo complicado. Sin referencias claras de los sistemas de calificación, podemos quejarnos hasta el hartazgo de por qué la gimnasta que clavó su salida obtuvo un puntaje menor que la que prácticamente se da de cara contra la colchoneta. Ojo, ver gimnasia desprejuiciadamente también puede ser gratificante: no hay tensiones, no hay favoritismos (si bien uno tiende a buscar sus simpatizantes de inmediato simplemente por el placer de hinchar por alguien y vivir la catarsis); solo el gusto visual de ver cuerpos atléticos logrando lo imposible. 

Pero quienes quieran visionar la gimnasia artística emitiendo algo más que comentarios del estilo “qué cara de concentración” o "parece que vuela" (lo cual no deja de ser cierto), aquí van algunas claves.

1. La gimnasia artística no es lo mismo que la gimnasia rítmica. 



Cuando menciono que la gimnasia artística es mi deporte preferido de los Juegos Olímpicos, generalmente recibo como respuesta: “Sí, está bueno eso de las cintas”.  ERROR. Las cintas (junto a las clavas, pelota, aro y cuerda) son elementos de la gimnasia rítmica, que es solo femenina, y responde a códigos y reglas completamente diferentes a los de la gimnasia artística (y en los cuales me gustaría estar más versada). La gimnasia artística (u olímpica, como también se la denomina) tiene dos ramas, femenil y masculina, y se ejecuta sobre diferentes aparatos donde los gimnasta combinan elementos acrobáticos y artísticos de acuerdo a un rígido código de puntuación.



Esto es gimnasia rítmica

Esto es gimnasia artística



2. La gimnasia masculina y femenina tienen aparatos distintos.


Las damas compiten en cuatro aparatos (también llamados “eventos”), los hombres en seis. Gimnasia femenina: suelo, viga (o barra de equilibrio), salto (sobre el “potro”, “plinto” o “caballo”) y barras asimétricas. Gimnasia masculina: suelo, salto, barra fija (o barra horizontal), barras paralelas, anillas y caballo con arzones. Habrán apreciado que solo dos aparatos coinciden entre ambos sexos: el salto (generalmente los hombres tienen mayor dificultad, solo porque tienen más fuerza) y el suelo (donde las mujeres tienen música y coreografía y los hombres no tienen música y ni –casi- coreografía).


3. El diez perfecto ya no existe. 


Hace dos días escuchaba a un columnista radial que recomendaba un sitio web donde es posible aprender las reglas básicas de cualquier deporte olímpico en apenas un minuto. Como ejemplo, puntualizó: “Así pueden comprender por qué un gimnasta obtiene un diez”. ERROR. O parcialmente error. El sistema de puntuación ya no tiene al diez perfecto como nota máxima. De hecho, cuando todavía lo tenía, era prácticamente imposible obtenerlo (la última fue Lavinia Milosovici en Barcelona 92). No more Nadias Comanecis.

Ahora, aunque nos produzca más nostalgia y desconcierto, el sistema de puntos es abierto: no hay máximos asequibles. Cuando vean un puntaje de 14.950, no os alarméis: no es que el gimnasta es demasiado perfecto y por lo tanto merece más que un diez. Es que el puntaje se compone de dos puntuaciones: una de dificultad, que generalmente oscila entre los 5.0 y 7.4 puntos; y una de ejecución, que sigue partiendo de diez y descuenta décimas de puntos por las fallas y errores. De la suma de ambos surge la calificación final. Para tener una idea, en gimnasia femenina un puntaje mayor a 15,000 es satisfactorio; mientras que un puntaje menor a 14,000 es preocupante, aunque todo depende de cómo le vaya a las demás y cuál es el aparato.  Los hombres tienen puntajes más altos pues su dificultad es mayor (cuando se acercan a los 16,000 hablamos una buena rutina). Una “caída” supone una deducción de un punto completo. 

4. No hay una sola instancia de competición donde se definan todas las medallas.


El calendario de la gimnasia consta de cuatro pruebas: a) los clasificatorios, b) la final por equipos,  c) la final individual (All-Around), c) la final por aparato. Obviamente, la primera clasifica para todas las demás. En la final por equipos se suman las notas de los gimnastas de cada país en cada aparato (compiten tres atletas por aparato y los tres puntajes cuentan); en la final individual se suman las notas obtenidas por un gimnasta en todos los aparatos; en la final por aparatos compiten los ocho mejores puntuados en la competición clasificatoria. Por regla, en las finales individuales solo pueden competir dos gimnastas por país. 


5. Los Juegos Olímpicos son la competencia MÁS importante para la gimnasia, para la vida de un gimnasta y para todos los fanáticos de la gimnasia.


Mientras que otros deportes tienen torneos más importantes que las Olimpíadas (Mundial de fútbol, Wimbledon en tenis, etcétera), para la gimnasia ésta es LA competencia. Pertenecer a un equipo olímpico (ser un “olimpista”) es, para muchos gimnastas, más importante aún que ganar una medalla en un mundial. Sepan comprender ciertas euforias.


6. Estados Unidos, Rusia, China, Rumania.


Los países que deben recordar cuando miren las finales femeninas. Hablamos de las cuatro potencias de la gimnasia, que han acaparado los podios olímpicos durante los últimos treinta o cuarenta años. Quienes me conocen saben con qué país transilvano está mi corazón; pero si soy realista, Estados Unidos tiene todas las de ganar, gracias a un gran nivel de dificultad y una alta consistencia. Rusia es gran candidata –con sus etéreas líneas de bailarina y sus magníficas asimétricas-, pero suelen contar dos o tres caídas entresuelo y viga. China se caracteriza por la pulcritud de su técnica, pero también sufren de inconsistencia. Rumania siempre da pelea con su seguridad y su excelencia en suelo y viga (además de que todo el Uruguay debería hinchar por ellas, pero esa es otra cuestión e intenaré mantenerme neutral).

7. Wieber, Komova, Mustafina, Iordache, Yao, Douglas.


Los nombres a recordar en la final de All-Around femenina, para algunos la medalla más importante de todas las que se disputan. Claro, puede que algunas no clasifiquen y otras no entren in the mix, pero es probable que los tres primeros puestos estén entre estas muchachas: Jordyn Wieber y Gabrielle Douglas (Estados Unidos), Aliya Mustafina y Viktoria Komova (Rusia), Larisa Iordache (Rumania) y Yao Jinnan (China, que también tiene una buena chance con Huang Qiushuang).  

8. Catalina Ponor.


Tienen que admirar esta gimnasta rumana que con 25 años hace elementos más difíciles que ocho años atrás, cuando ganó tres medallas de oro en los Juegos de Atenas. Y eso que se tomó unas vacaciones off-gymnastics durante cuatro años donde no le faltó la buena vida. Recuerden su nombre, ámenla, venérenla. Es la rockstar de la gimnasia.   


Catalina. Ponor. Es. Rock.



viernes, 27 de julio de 2012

Por qué el deporte también hace llorar y otros relatos olímpicos



-Pero podés ver los resúmenes en los compactos de los informativos– intenta argumentar inútilmente mi padre cuando le cuento desesperadamente que las competencias olímpicas de gimnasia coinciden con mi horario de trabajo. 
-No. No puedo mirarlo fríamente en diferido conociendo el resultado de antemano. Necesito vivirlo, sufrir, llorar, putear.
Mi padre vuelve a intentar consolarme dando una breve muestra de su único conocimiento sobre gimnasia y su inmenso conocimiento sobre mí. 
- Esperemos las rumanas hagan honor a Nadia Comaneci.




Vivirlo. Sufrir. Emocionarse hasta las lágrimas. Putear hasta tirarle con un almohadón al televisor. Catarsis. Catarsis. Catarsis. Catarsis. La necesidad de identificarse con un yo exterior, ideal, donde se proyectan las aspiraciones frustradas y los deseos más profundos. Un yo exterior que en esta época del año es ineludiblemente un deportista (un remero, un halterofílico, otra vez un jugador de fútbol) y que en todas las épocas de mis años es una gimnasta, rumana. Podría citar a Freud y su “Psicología de las masas y análisis del yo”, pero me es más sencillo linkear algunos argumentos explicativos de por qué amo la gimnasia y por los que Rumania y Uruguay son gemelos en el universo deportivo (acá van otros dos, por si hacían falta: la abreviatura de Rumania en inglés es “ROU”, igual que la sigla de nuestra República; la entrenadora de cabecera del equipo femenino  rumano se llama Mariana, igual que yo).

Gimnasta, remero o halterofílico (deporte con nombre perverso si lo habrá), la cuestión es que esa identidad (o aversión) espectador-deportista solo puede producirse cuando ese personaje es introducido en un drama, un relato, una escenificación. Una historia que se nos narra desde las pantallas, nos involucra, nos mantiene en vilo, hace sacar lo más violento y lo más sensiblero, aunque sea en dosis mínimas e imperceptibles. Los deportes olímpicos nos con-mueven, porque se nos narran. Más allá de la espectacularización, las globalizaciones mediáticas, las multinacionales con sus multillonarios intereses acaparando nuestros televisores y nuestros ojos y nuestras apaleadas y alienadas conciencias. Más allá de todo eso, simplemente me interesa pensar los eventos olímpicos como relatos. Como esos relatos que nos contaban en la niñez y que necesitamos ver reinventados en formas (no tan) diversas al “había-una-vez”.

Ya lo dijeron los griegos


Puede ser que los “grandes relatos”, como predican algunos posmodernistas, hayan caído. Qué importa: tenemos los pequeños relatos.  Que si Michael Phelps se coronará como el atleta más laureado de la historia, quitándole el lugar a la gimnasta soviética Larisa Latynina. Que si los ingleses abuchearán a Suárez en el desfile inaugural. Que una saltadora griega no contuvo su pulsión comunicante y twitteó una bestialidad racista, perdiéndose los Juegos Olímpicos para los que había entrenado toda la vida. Que si la selección uruguaya de fútbol estará a la altura de las expectativas y de las predicciones del 88% de los portales que lo dan como medallista.

Omar Rincón define a las “culturas mediáticas” actuales como un cúmulo de narraciones que responden a la lógica de la sociedad del entretenimiento. Por supuesto, el deporte es uno de los eventos más narrativizados de los medios, desde las infinitesimales películas sobre deportistas hasta los relatos en simultáneo de los partidos. Y bien que nos entretienen, claro.

Y como todo en la vida, lo dejaron registrado en un jarrón.
Pero la relación entre el deporte y el relato es muy anterior al imperio de las pantallas y a la invención del periodismo deportivo. Como todo en esta vida, los antiguos griegos inventaron los deportes olímpicos atribuyéndoles orígenes míticos. Dicen que fue Heracles (más conocido como Hércules) el propulsor de los Juegos en honor a su padre, Zeus, el dios más importante del Olimpo (de ahí la derivación, naturalmente, aunque algunos señalan que la raíz es “Olimpia”, la ciudad de los primeros juegos). También dicen que, cuando los juegos se celebraban cada cuatro años, las guerras se detenían (¿quizás simplemente porque se trata de también de una batalla, pero representada, como persiste en las metáforas bélicas de los comentaristas deportivos?). 

Los atletas eran venerados; la fuerza y la destreza asociadas a la belleza del cuerpo eran parte de la areté (cualidades enaltecedoras para los griegos); el deporte era una vía para alcanzar la gloria por la que los deportistas sacrificaban todas sus horas. Años de entrega, segundos de competencia, gloria eterna. Sabemos que Aquiles prefirió una vida corta y llena de honra que larga, aburrida, olvidable. Basta conocer la rutina de un deportista de elite para descubrir que las cosas no han cambiado tanto  en todos estos siglos. 

Nadia Comaneci, Carl Lewis, Larisa Latynina, Michael Phelps. Todos nombres que nadie duda de equiparar al estatus de “héroes” o “leyendas”, sobre todo los reportes que tanto han pululado sobre la historia (narraciones otra vez) de los Juegos Olímpicos. Las “hazañas” y los momentos “épicos” también se venden al por mayor en los pseudocumentales, flashes televisivos y artículos web que sirven de antesala el inicio de Londres 2012.


Dramatizar lo irreal


El deporte no es real. Es en sí mismo una representación. Tiene el origen en algo real (la maratón surgió por la necesidad de llevar mensajes de una ciudad a otra) o mítico (la pelota asociada a los astros en el Popol Vuh), pero es siempre una escenificación, un juego, una suspensión de las circunstancias actuales para crear un universo con reglas propias y solo válidas para esas coordenadas espacio-temporales del hecho deportivo. Por eso son “Juegos”, precisamente.

Pero el hecho deportivo no queda allí. Las culturas mediáticas actuales (otra vez Omar Rincón)  deben dramatizar todos los sucesos, incluso los más caóticos, para insertalos en la coherencia de la narración. Así, permanentemente se busca lo narrable de una competencia, se ficcionalizan las acciones, se generan expectativas a través de predicciones anafóricas.

La gimnasia, por ejemplo, nació con una gran historia: Nadia. Antes estuvieron Latynina, Carlavska, Korbut, pero fue Comaneci quien desencadenó la verdadera (r)evolución de la gimnasia y sembró sus arquetipos con aquel primer diez perfecto. El eterno icono  de la perfección que en realidad no fue perfección pero qué importa.

La portada de Time cuando Nadia asombró al mundo


Y son esas historias grandes y mínimas las que me envuelven día a día para que lea decenas de noticias y reportes y previews y análisis de gimnasia en la esfera virtual de la “Gymternet”. La triste historia de la gimnasta que nunca llegó a los Juegos Olímpicos por culpa de una lesión insistente; la de la gimnasta con aires de diva que no pudo volver al gimnasio a tiempo y fracasó en competir en sus segundos Juegos; la del equipo que todos daban por muerto y se recompone en el momento exacto para dar pelea (¿metáforas bélicas, yo?). Los principales eventos de las competencias son con frecuencia catalogados como “storylines” en un fascinante paralelismo con el cine y la TV; las transmisiones de la NBC de Estados Unidos necesita mostrar clips lacrimógenos (llamados “fluffs”) sobre el inmenso esfuerzo de las atletas para luego mostrarlas ejecutando una rutina; la palabra “drama” es utilizada en casi el 47% de los comentarios de los foros cibernéticos sobre gimnasia.

No es simplemente que el melodrama “venda” o “entretenga”. Es también que los simples mortales precisamos las empatías, los personajes detrás de las frías rutinas, los héroes detrás de los deportistas, los dioses detrás de los héroes. 


Y después nadie comprende por qué rompo mi abstinencia de llanto cuando descubro que mi gimnasta preferida tiene una inflamación en el pie que compromete sus posibilidades de medalla. 


miércoles, 25 de julio de 2012

¡¡¡Viene Garbage!!!


El otro día estaba mirando el Facebook de Gargabe y miraba las fotos de los locos tocando en Rusia. Yo sé que en Rusia hay mucha gente, pero copados de Gargabe, no pensé que fueran tantos. Posta. Miren.


A lo mejor el amigo Danilo Astori pensó que si en Rusia es un éxito, seguramente acá también. La cuestión es que los trae. Lo anunció en su Twitter. Las emociones desbordan. Empezamos a hacer la cuenta regresiva. No sabemos cómo hacer para aguantar todo ese tiempo. Pero ya aguantamos más, como toda una vida para escuchar ese sonido tan pro y real.
Cuando salgan las entradas, algunos dirán "ahhhhh, parááá", seguramente sean los que no les gusta tanto la banda, o la música.


Gozaremos.
 

martes, 24 de julio de 2012

JCVD es por Jean Claude Van Damme



Aquellos niños que presenciaron los comienzos de los 90's y la resaca de los 80's bien conocieron el auge de los héroes de acción y de ese género intitulado pelis de los martes de noche en el canal 4. Si uno perteneció a esa generación, uno supo reverenciar y respetar a actores de la clase de: Stallone, Schwarzenegger, Seagal, Chuck Norris, Van Damme, Lundgren, a los hijos de Bruce Lee, Don "the dragon" Wilson, el que hacía de Cody en "Step by Step", o el  Karateca en Brigada Cola.
Pero el tiempo ha pasado, y con el tiempo ese cine pasó de moda. Ahora los martes de noche en el canal 4 dan otra cosa y muchos de éstos sujetos desparecieron (o fueron gobernadores) y quedaron en un estrato aún más abajo que el  del cine.
Es a partir de esta melancolía cinematográfica de los ídolos de patadas caídos que se ha conformado un estado de descomposición que hace fértil cualquier terreno del cine, pueden preguntarle a Tarantino sino me creen que la descomposición sirve para cosas nuevas. A propósito de esta coyuntura vengo a recomendar al filme JCVD que viene a reflexionar sobre este sedimento cinematográfico de pelis ya extintas, y sobre la imagen del propio Jean Claude Van Damme.
Imagínense a Jean Claude Van Damme de 50 años, arrugado y viejo interpretando a Jean Claude Van Damme con los problemas de una estrella decadente que quiere vivir en paz. Imagínense que de repente Jean Claude Van Damme es un buen actor que da un monólogo a cámara y te eriza la piel; pero más aún, imagínense que es un buen tipo, al que quieren que le vaya bien en su vida y al que quieren darle un abrazo, porque de una manera u otra se sienten en deuda con él. Piensen en estas preguntas: ¿Qué es de la vida de Van Damme?, ¿Cómo ven a Van Damme en Bélgica? Porque sabemos que es belga, pero no sabemos mucho más ¿Por qué los amigos de su hija se ríen cuando él está en la TV?  ¿Por qué hace las películas que hace? ¿Qué opina su madre de él? ¿Por qué lo consideran un mal ejemplo?...  y especialmente ¿qué hace Van Damme secuestrando un banco?
Voy a parafrasear a un tal Jordi Costa de El País de España cuando afirma que: "es posible que todo sea una elaboradísima broma pero la conmoción es verdadera". Es cierto, el filme tiene algo de falso, algo no del todo honesto, pero a partir de eso logra una empatía verdadera y uno termina respetando y hasta queriendo a Jean Claude Van Damme mucho más que antes de ver el filme.
Sin mayores consideraciones o defensas cinematográficas (las cuales sí se pueden hacer), recomiendo ver JCVD porque acercarse a la mirada del ex icono karateca, ayuda a acercarse a un cine de reciclaje del que sacude los paradigmas del cine; porque -y aunque no los crean- Van Damme es un buen actor y además tiene pinta de buen tipo.