sábado, 11 de junio de 2011

Cómo se edifica la hipocresía

Fotografía: Analía Buffa
 
Planteemos una situación hipotética, pero verosímil. Una mujer está embarazada de 36 semanas. En su vientre hospeda y nutre a su tercer hijo que llamará Ringo. Una noche, esta mamá ve sus manos hinchadas, siente fuerte dolores de cabeza, su panza-hogar está entumecida y no percibe movimientos del bebé. Inmediatamente concurre a un centro asistencial.

El doctor constata los síntomas y comienza su hermenéutica médica. El dato clínico registra hipertensión arterial en la madre, una cantidad de proteínas encontradas en el análisis de orina que superan los 150 mg (lo que se denomina proteinuria), y el diagnóstico es preeclampsia o toxemia. Estas palabras frías, técnicas, mecánicas, para la madre solo significan ansiedad. Los malos pronósticos no tardan en llegar. Habrá que realizarle una cesárea de urgencia con las probabilidades de que los pulmoncitos de Ringo no toleren el oxígeno del mundo exterior. La madre se convierte en la angustia hecha persona. El desenlace es trágico. La criatura fallece en la matriz uterina y su destino será una autopsia. Es inefable describir los sentimientos de esa mujer y su entorno.

Agreguemos un cierto contexto a la historia. Esa mujer pertenece a una familia pudiente. De hecho, mientras ella estaba internada, su madre estaba vacacionando en Europa. Con tantos recursos, ¿podría haber prevenido el final fatídico? ¿Habrá controlado rigurosamente su embarazo?, o mejor dicho, ¿habrá protegido a su hijo? En esta ocasión no hay obstáculos económicos que puedan emplearse como excusa. La duda se cuela entre los huecos del relato.

Sigamos adicionando detalles. Esa muchacha embarazada acarreaba espesos problemas con su concubino desde que su pareja había descubierto la infidelidad de ella cuando estaba de 31 semanas de gestación. ¿Qué es lo primero que hay que pensar? Sí, que es una puta.

Con ánimos de seguir ahondando, incluyo otro aporte. Ella, su madre, su abuela, su marido y su amante son personajes célebres del Río de la Plata. Sin querer, pero queriendo, el par de amantes se mostró besándose en un lugar público. Quedaron tatuados para la posteridad. ¿Y ahora? No solo es una puta, es una hija de puta.

Para colmo, esa mujer-madre-amante-artista, no tiene buen trato con el periodismo, lo cual conlleva a que se la pueda manosear y vituperar gratuitamente por el solo hecho de acarrear antecedentes de relaciones antipáticas con los medios masivos. Definitivamente no hay dudas de que Juana Viale es una malparida.

Ahora bien, rebobinemos un poco y descuarticemos algunos puntos que interceptan las valoraciones que estamos tentados de hacer. En primer lugar se cruza la dimensión de la monogamia. ¿Es lo mismo que un hombre viole el contrato de fidelidad a que lo haga una mujer? No. El hombre puede ir con la cabeza en alto cuando tiene sus “huesitos” desperdigados por fuera de su hogar conyugal. La mujer carga con el estigma eternamente.

Por otro lado, pensemos someramente en cómo construimos la maternidad. Se nos hace muy difícil –y hasta asqueroso– aceptar que una mujer embarazada siga siendo sexual, que se excite, que tenga ganas de recibir mimos, de sentir orgasmos, de experimentar su cuerpo. El legado que seguimos transmitiendo generacionalmente es que una mujer fecundada automáticamente se convierte en un horno, en una incubadora, en una fábrica de hacer bebés. Cualquier cosa, menos una persona con derecho a proseguir con su vida sexualidad intacta. ¿Qué clase de autonomía es esa? ¿Y qué pasa con el hombre que se siente atraído por la mujer embarazada de otro hombre? Nada.

Finalmente, pertenecer a una dinastía artística engrosa los cimientos con los que todos construimos la hipocresía porque nos sentimos con la potestad de decir lo que se nos antoja ya que son figuras sociales permanentemente expuestas. No confundamos. Estamos juzgando a la mujer que perdió un hijo deseado con la vara de la joven que nunca tuvo afinidad con los flashes del espectáculo. Tenía que ser mujer… en una sociedad heteronormativa.

Un poema de desamor y una canción paciente de sábado al mediodía

Más de una vez me tocó ser pañuelo-hombro de amigas y amigos devastados por el des-Amor, La Traición.

Lo más cerca que estuve yo de algo así solo dio para hablarlo un par de veces en anécdotas fragmentadas, con personas cercanas pero en diferentes instancias, en lugares poco propicios para cualquier tipo de desahogo.

No me siento feliz por envidiar a los que en alguna ocasión amaron de verdad: se enamoraron. Pero no sé. Sí, el amor no me ha sucedido ni arrasado aún.

Al mismo tiempo me alivia confesarles como su columnista de sábado al mediodía (tal vez por última vez en este día y a esta hora) que no tengo nadie con quien compartir este sentimiento-modo de percibir un mismo paisaje (como la canción de Café Tacuba) que sufren, al menos por algún tiempo, los narcotizados por ese estupefaciente que sobrevive a los avatares de todas las modas.

Entonces esta reacción pseudolírica está dedicada a aquellos amigos/as (que incluso se han roto el corazón entre sí) y para vos, ahora papá de Martina, que te fuiste, por suerte, apenas antes de regalarme tan trillada sentimentalería.

Gracias por ayudarme a levantar un par de hileras más de bloques a esta muralla.


Responde el corazón herido en estelas sumerias de cascotes sub-versivos


Ya no tengo excusa para buscarte,

y duele.

No quiero saber lo que se siente

estar así,

arrepentido,

desconsolado;

pues creí

haberme liberado al fin

de tu mirada clara,

inalterable,

nada fiable

por lo tanto.


Estoica devoción unas cuantas tardes

esconde temor del penúltimo encuentro.

Venís arrastrado en un pensamiento,

que llegues a mí ya es demasiado.

Solo cuando tema haberte olvidado,

(no sé cuantas veces más te piense)

estaré dispuesta a dedicarte otro poema.

viernes, 10 de junio de 2011

Ladrones de la noticia

El modo en que jugamos entre emisores y receptores de la información lleva a confusiones y generalizaciones respecto a lo que se cree sobre el modo en que los periodistas proceden. No toda la información obviada fue previamente censurada.

Transcurrieron los 60 minutos de informativo y nada. El oyente sabía de aquella información y esperaba que los periodistas la incluyeran en su programa, pero eso nunca sucedió. Se habló de “esto” y de "lo otro”, pero no del tema de interés para aquel radio escucha, quien se encontraba muy enfadado porque nada se había mencionado sobre aquella situación que a él le interesaba. ¡Era obvio! Por cuestiones de intereses, a aquellos profesionales de la noticia no les convenía que se diera esa información.

De ese modo aquel oyente (que puede ser pensado también como televidente o lector) se quedó con esa imagen: la de un equipo de prensa que ocultó información por algún interés. Pero, ¿y si hubiera otros motivos por los que no se dio la noticia? ¿Y si esos motivos refirieran a problemas internos de los que, obviamente, como receptores no nos enteramos?

Desde que la publicidad comenzó a asomar más la cabeza en los informativos, no es de asombrar que en algún momento el producto que financia nuestra salida al aire nos sugiera que sobre determinado tema no es conveniente hablar. De todos modos, les aseguro que esos casos son los menos, sobre todo si se busca evitar que se diga al aire una noticia: el periodista puede llegar a desesperarse si otros medios dan una información y el suyo no (ego, amor por la primicia, etc.). Sin embargo no niego, porque también me consta, que las presiones puedan asomarse. Ahora bien, si no siempre se trata de censura, ¿por qué los informativos no dan toda la información?

Es de sentido común tener claro que, ya sean 60 minutos o más, el tiempo al aire es limitado, por lo que podemos incluir este factor como uno de los causales para responder a nuestra pregunta. Pero ustedes podrían retrucar, porque hay periodísticos en la mañana que duran más de dos horas. Perfectamente podría haber un hueco ahí para incluir la tan anhelada noticia. Es entonces que les presento la expresión: “nos comimos esto”, utilizada cuando el periodista se entera de una noticia no por cuenta propia, sino ojeando la competencia.

En la dinámica del informativo, paradójicamente, es normal que los periodistas no estén suficientemente informados como para buscar y ampliar una noticia. Los motivos por los que un programa no logra pasar toda la información son: no la tienen, y ello dependerá de qué tan grande y eficaz sea el equipo de periodistas (por lo general el no haber pasado alguna noticia por este motivo involucra posteriores y grandes reclamos de encargado del informativo); no hubo tiempo para mencionarla, y es entonces el guión o la estructura del programa quienes definirán qué tan bien se administra los minutos al aire; la agenda supera al profesional, que se ve obligado a descartar información (los hechos noticiosos de gran relevancia política abundan y suelen ser quienes dominan la agenda); y la censura o falta de pertinencia, que descarta la información por la presencia de intereses, que no siempre son comerciales.


Como ven, hago mención a la “censura” o al filtro de información, pero les agrego otros puntos para que los tengan presente a la hora de opinar sobre el modo en que los periodistas tratan la información. A veces los motivos son tan simples que nos resultan ajenos al mundo de los medios de comunicación.

Silverchair: cuando el pegue del #rwack se te va

¿Qué pasó con estos muñaños?


Los Silverchair fueron un bandún australiano de los ‘90. Cuando se murió Kurt Cobain, y cuando todo se creía perdido, aparecieron estos chiquitos para decir que el rwack seguía vivo y dieron una mínima esperanza (después vinieron los Backstreet Boys, N’Sync para tirar todo a la mierda).

Cuando arrancaron, Daniel Johns tenía la pinta de Kurt y la voz de Eddie Vedder. Guitarras distorsionadas y letras depresivas-suicidas salían de sus entrañas. El tipo entró en un cuadro depresivo cuando era menor de edad. Un cocktail de drogas y anorexia le pegaron duro. En sus peores momentos de salud, Daniel y sus Silverchair, sacaron sus mejores obras.

Pasaron los ’90. Daniel empezó a comer mejor, se desintoxicó un poco, se casó con Natalie Imbruglia, y fueron felices para siempre. Gracias a este buen momento de la vida, la banda se transformó en una fiel representación de la materia fecal. ¿Qué pasó Daniel? ¿Dónde dejaste el rock, botija? ¿Qué pasó con “Suicidal Dreams”, “Freak Show”, y todos esos hits? ¿Vas a unirte a la gira de los Backstreet Boys? De no creer. Esto me hace acordar a “Kuku Taringa” de Peter Capusotto, en fin. Comparto un antes y después del rock de los Silverchair para que ustedes vean, comparen y opinen.



jueves, 9 de junio de 2011

Ojos que sí ven: la moda intelectual



Si se ha descrito el campo intelectual como un ámbito sujeto a las tiranías de la moda, hoy también el mundo de la Moda (con mayúsculas, es decir, el mundo de las grandes pasarelas y tiendas) recibe la influencia de la intelectualidad. Aunque más no sea para integrar en sus catálogos y escaparates uno de sus máximos objetos característicos y simbólicos: los lentes.  Más específicamente, lentes de gran tamaño y marco grueso, oscuro. Sin aumento, claro. O incluso sin cristal. Puramente ornamentales.



Anteojos que probablemente no hayan sido
 recetados por excesiva lectura

Según leí en el titular de una revista que anunciaba el último grito (no sé si de este año, pero ¿acaso importa en este mundo arbitrario?), “La moda nerd es lo más IN de la temporada”. Moda nerd. Nerd Chic. Casi un oxímoron, ¿verdad? Lo que siempre se mantuvo al margen del mundo de la Moda, de lo estéticamente deseable, de lo frívolamente bello, es integrado ahora por las propias instituciones de la Moda como lo aceptable, lo trendy, lo tendencioso, lo fashion.

Ese aspecto tradicionalmente rechazado como sinónimo de loser (alcanza recordar algún episodio de Betty la Fea, Patito Feo o el cliché de las películas adolescentes donde el eterno nerd es repudiado y maltratado por los bonitos populares, casos todos donde la fealdad de los antihéroes nerds está representada, precisamente, por usar lentes) se convierte ahora, gracias a la inventiva voraz de las nuevas tendencias, en objeto de deseo. Lo profano, en sagrado(*). Lo out en lo in.




Anne Hathaway, agregando un detalle
 intelectual a su glamour de alfrombra roja
                                  Las brillosas fotografías de revistas impresas y virtuales nos deleitan con estrellas sonrientes que agregan un “toque intelectual a su outfit” a través de grandes anteojos sin función fisiológica alguna.  ¿Es que se van a poner de moda los audífonos, las muletas, las prótesis ortopédicas? (Faltaba más, operarse para tener miopía y poder usar lentes…).

Y sin embargo, cuando se trata de presentarnos ante el espejo o los demás, ¿qué elementos de los que llevamos son realmente necesarios? ¿Acaso no deseaba yo cumplir los catorce para usar lentes de contacto y que mis compañeros de clase ya no me dijeran “cuatrojos”? ¿No se trata muchas veces de cómo se ven los ojos, más que de ojos que vean? ¿No he pasado largo rato eligiendo un buen marco para mis gafas (eso sí, con graduación)?

 
¿Cuál mirada es más artificial?
El problema no es que la necesidad orgánica se  vuelva moda (o, dicho de otro modo, sea reelaborada por la cultura). El tema es que la moda viva de crear sus propias necesidades, hasta el punto de simular un defecto físico para embellecer la apariencia, según los cánones fugaces de las tendencias.



Pero si miramos la moda (ahora con minúscula, la de la calle, la de todos los días), cualquier intento de crítica a esta “moda intelectual”, de nuevo, se me ahoga en la pura paradoja. Mis orejas no necesitan un par de caravanas para oír mejor, y sin embargo lo llevan. Sé que no debería preocuparme por este detalle superficial: con mi par de lentes basta para parecer inteligente.

(*) Las nociones de lo profano y lo sagrado como elementos intervinientes en el cambio cultural son desarrolladas por Boris Groys en el libro Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural (2005), Valencia: Pre-textos.  

El capítulo final de Supercampeones

Lo dieron de tarde en Canal 4 y todos los niños estábamos esperando, con cierta nostalgia anticipada, el final de ese cuento de hadas futbolístico japonés.
Una vez iniciado el capítulo todo marchaba bien hasta ese último minuto; ese minuto que a todos nos dejó los ojos más grandes que los propios seres animados.
¿Cómo poder olvidar a Oliver despertándose y contándole a la madre que soñó que salía campeón? Pero sobre todo, ¿cómo olvidar cuando segundos después se mostraba al pobre Oliver tirado en una cama con las piernas cercenadas? Ese minuto final encastraba muy bien con el arranque de la serie, cuando el protagonista en busca de un balón casi era atropellado. La interpretación era simple. Ese auto nunca frenó y toda la serie era el sueño de un niño paralítico.
Fotografía: Analía Buffa
Muchos niños lloraron y dejaron la práctica del deporte, lo que provocó que los padres se quejaran y dejaran de transmitir el episodio. Pero eso no evitó que el mensaje llegara. Los que lo vimos, entendimos que podemos soñar con ser campeones, aunque llegada la hora, despertaremos y nos daremos cuenta de que no tenemos piernas.

Noche buena con las estrellas

Un amigo me pasa a buscar con la conocida intención de caminar la ciudad, caminarla de noche. Un saludo pero cero palabras, siempre las guardamos todas para la caminata. Agarro un buzo y salimos. Como siempre, la calle nos obliga a caminar en líneas rectas por la cuadrícula urbana, dictando los metros que tenemos que andar hasta llegar a un cruce. Piratas retirados a la fuerza, se acomodan para pasar la noche entre cartones, otro invierno más con la ciudad de camarote. Nosotros, regresando de esos callejones que funden alcoholes, ya ni los peores campeonan por ahí. Hoy nuestra sala de espera para lo que pinte, será a los pies de la “casa de Dios”, un rinconcito oscuro y primera fila para escuchar las engreídas campanadas  que nos recuerdan que el tiempo no existe, pero el paso de las horas sí. Llegamos cuando están cerrando, parece que Dios atiende hasta las nueve de la noche los martes. Ya con nuestra pócima mágica a punto de hacer lo que mejor hace, nos entretenemos un rato pensando en andá a saber qué. Luego de encender nuestra particular hoguera, nada más nos aquietamos. La charla divaga como de costumbre, salen algunas cosas buenas pero no me acuerdo de ninguna. Hasta que aparece algo que promete diversión, cuando pregunto:
- Si pudieras revivir una estrella de la música, ¿cuál sería?
¡Paf! La pregunta fue un cachetazo al aburrimiento.
-Paaaaa, pero, pará: ¿quiénes están muertos?- Acá empezaban los silencios pensativos y ansiosos por empezar a llenar una lista, síntoma de que la conversa era buena.
-Ver a Jendrix estaría bueno.
-¿Kurt?- Digo como si fuera un comodín en este juego.
-Uuuh, loco, qué bueno estaría. Paa… Jim Morrison, papá, acordote de Jim.
Pero acá ya doy con mi respuesta.
-Luca- Contesto firme, porque de última tampoco era un seminario, y sigo: - Y sí, fíjate que me gustaría mucho que resucitaran Cobain o Morrison, pero Luca, boludo, Luca… siento que me identificaría más con un tipo así.
-¿”Así” cómo?
-De acá cerca, alguien que sabía lo que era el lunfardo y lo que pasó acá por el sur, aunque andá a saber qué carajo pensaba de todo, ¿no? Yo qué se.

Ahora podría hacer de cuenta que te pregunto eso a vos: ¿Lennon?, ¿Marley?, ¿Elvis? Podrías tener la mejor formación de los Who si resucitás a Keith Moon, pero resucitar uno solo no te da, por ejemplo, para rearmar a los Beatles, ni a los Ramones (como si alguien quisiera). Sería hermoso que volviera Brian Jones y trajera consigo el Apocalipsis. La ternura y la emoción de jugar a que Janis  Joplin vuelve con su canto irrepetiblemente visceral. Cliff Burton de nuevo en el bajo de Metallica, simplemente glorioso. Pero realmente es bastante absurdo pretender que luego de resucitados sería lo mismo: para volver a formar Pink Floyd no bastaría que resucitara Nick Wrigth (precisaríamos un ultranarcisante evento como el Live Earth  y un cheque con problemas de obesidad). Es que una cosa son las vidas y otra muy diferente son los iconos, los ídolos, esas imágenes que viven en nuestra cabeza y no en un cuerpo curtido de sexo, drogas y rocanrol. Andá a saber, tal vez estaría bueno que resucitara Ozzy o Charly García. Dicho sea de paso, ¿no es la muerte una gran compañera de la gloria del superstar?

A los pies de aquella iglesia la ironía no se hace esperar:
-¿Qué superstar nos falta? Ah, ya sé, Jesucristo, jaja.
-A ése déjalo quieto, ya sabe resucitar solo


Like a shooting star

miércoles, 8 de junio de 2011

Flores rojas en mi camino


En casa de mis padres, decoraba una pared de un pasillito que hoy ya no existe un cuadrito ochentoso que mi madre había comprado por aquellos años (cuando el hogar no era la casa, sino un mínimo apartamento), a pesar de la oposición de mi padre, que lo consideraba “político” (y para él toda “la política siempre fue la misma mierda”, algo de lo nunca pudo convencer a ninguno del resto de la familia, y una vez que se dio cuenta de eso nos exigió que “esas cosas” del portón para afuera). La cuestión es que desde hace un par de años al cuadrito lo tengo yo porque me parecía que algo tan banal y poco original, que a su vez había causado tanto revuelo en su momento era meritorio de salvarse de la volqueta. Descartando la posibilidad de ser descartado, recordé que ese objeto sin alma me gustaba porque más que la obvia paloma blanca, las rosas rojas entre las que se abría paso me habían fascinado desde chica. Podía mirarlas por minutos y encontrarlas reproducidas en el rosedal del Prado o en la casa de Doña Rita (la abuela de mi amiga Lele). Cada vez que dibujaba flores, alrededor de las casitas y entre los árboles; en su mayoría tenían que ser de ese color.
Como diez años después de todo eso, me tocó en suerte transitar por otros pasillos, menos imperfectos, como los del Museo de Orsay, para encontrarme con la mejor colección de pintura Impresionista del mundo, y claro está, con su nombre insignia: Claude Monet. Entonces una pintura no muy grande que parece bastante simple (salvó por su proyección de la profundidad de campo y la nueva urbanidad repetida como horizonte) me llevó de nuevo a inundarme los ojos de flores rojas y me hizo recordar cómo es de hermoso ver que algo, en este caso alguien se abre paso entre flores rojas, esta vez amapolas (que le dan título al cuadro Coquelicots -environ d’Argenteuil-), llevándome de regreso a casa por escasos segundos.

Poco tiempo después, nuevamente en casa, vi por la tele un spot de la marca Kenzo de su perfume Flower y la asociación fue mucho más evidente, el campo de amapolas, la amapola que se convirtió en el ícono de la marca en los techos de las casonas y bajos edificios de finales del siglo XIX igual que la pintura de Monet, otra vez los caminos y los vientos que te hacen atravesarlos. Vale recordar que la música de ese spot es la canción Introduction 1936 del grupo de música electrónica Shangai Restoration Project, que fusiona hip hop, jazz y pop, una obra que emana y trata de la sutileza, el cariño y la búsqueda total y armoniosa a la vez sin dejar de ser continua.



Las flores rojas, no importa si son yerberas o claveles (más allá de su significado político), de las enormes ramas de los ceibos o de los canteros pequeños con esas alegrías me agradaron desde siempre. Pero ¿Por qué mis flores las que dibujé y a las que adoro dar mi atención tenían que ser tan rojas? ¿Qué clase de cosas denotarían para mí como interpretante las flores como clase si las tomara como símbolos? ¿De qué va su conexión con mi mente? ¿Representarán la belleza de los obstáculos? ¿El rojo será parte de la representación del peligro y la sensualidad inmanente de los obstáculos? ¿Estará bien analizar esto en términos semióticos?

Esa capacidad de persuasión, que en definitiva sería de lo que estoy hablando, es parte de cada imagen que intenté describir, “mundo propio” en términos de Balzac como particularidad. Son las “cerradas y autosuficientes individualidades de las obras” pero al mismo tiempo “no son mundos que se excluyan solipsística y definitivamente unos a otros, sino que, precisamente por su independencia aluden a la realidad común reflejada, ocurre por necesidad –visto ahora subjetivamente- que la más intensa conquista del receptor por un tal mundo “propio” particular no cristaliza a dicho receptor en su particularidad, sino que, por el contrario, le rompe los límites de esa particularidad, amplía su horizonte y le pone en más próximas y ricas relaciones con la realidad” .
De ahí el peso de mi necedad-necesidad de ver así las imágenes, estas obras como arte a mi alrededor, tal vez, el desafío es querer seguir abriendo los ojos.

martes, 7 de junio de 2011

Transmitido simultáneamente en el futuro

Así profesaba una de las presentaciones de Futurama y ahora (en el futuro de aquella época) volvieron las transmisiones del programa, aunque no sé si es en simultáneo con el pasado o con el futuro.

Futurama nacía como el único proyecto de Matt Groening postsimpsons, y se aprovechaba de la fiebre apocalíptica traída por el cambio de milenio para juguetear con todos los clichés de las ficciones científicas. El programa pudo sobrellevar ser lo nuevo del creador de Los Simpsons, especialmente por toda la mitología que cargaba, por la recuperación del factor dramático de Los Simpsons y por la destrucción del statu quo tan habitual de las sitcoms.

Luego de cuatro temporadas, a alguien se le ocurrió que la serie debía cortarse. Es así como se olvidó la visión del pasado sobre el futuro.

Cuando todo estaba empezando a olvidarse, se tomó una particular decisión de mercado. Se resolvió hacer cuatro filmes para televisión a modo de epitafio. Como eran para la TV, se pusieron las cosas claras: los productores son imbéciles, no interesa ser correcto, no importa quién mire, no hay que captar nuevo público y las películas de Futurama son para la gente que veía Futurama. A partir de eso pudieron avanzar más en las tramas, reexplotar la mitología de las ficciones científicas, y aprovechar la misma mitología creada por la misma serie. O sea, todas esas cosas que la película de Los Simpsons postergó para hacer una película amable con los espectadores ajenos a Los Simpsons.

La poco habitual decisión de centrarse en menos público logró cuatro excepcionales filmes, los cuales consiguieron que se decidiera que la serie volviera al aire en el primer mundo. Aquí se empezaron a transmitir los filmes fragmentados como episodios, con la promesa de emitir la nueva temporada de 2010.

Finalmente, volvió Futurama para hacernos saber que a los productores se los puede convertir en talco para las partes privadas.

Por cada cien mil personas que ven el spot de Coca-Cola, una lee este artículo



Hoy voy a creer en un mundo mejor. Voy a destapar felicidad. Voy a destapar una Coca-Cola. Por suerte las distinciones sociales y culturales se han diluido, porque vivimos en una era de globalización y todos, en cualquier parte, podemos tomar una Coca-Cola, y escuchar cómo cantan los niños de todos los rincones del planeta mientras la tomamos.

Según el spot de Coca-Cola que insta en que creamos en un mundo mejor, no importa que haya males espantosos como el Sida, la violencia doméstica o la crónica roja de los informativos, ya que todos podemos disfrutar del ruidito gaseoso que hace la Coca-Cola cuando la destapamos y, además, podemos compartir una Coca-Cola. Un mensaje tan colorido y llano como que el consumo nos hará feliz, y que por lo tanto no debemos preocuparnos por todo lo malo que estropea la preciosa imagen del mundo que brilla en los afiches publicitarios de las paradas de ómnibus. 



Hecho el descargo de sarcasmos (espero hayan percibido el tono de mi voz en mis palabras), pasemos a las aclaraciones. No es que yo no tome Coca-Cola ni crea que todo en el mundo es horroroso y que no hay razones para sonreír. No soy tan ingenua, ni tan drástica. Solo intento jugar a decodificar el mensaje de esta publicidad de un modo análogo a lo que el mensaje se propone. Y digo “el mensaje”, que quede claro: cuido de caer en conspiracionismos acerca de los malvados emisores que están en-ningún-lado-y-en-todos deseando lavar nuestro cerebro con hipoclorito consumista.

Temo, sí, ante la sonrisa con que suele percibirse el determinismo consumo=felicidad=un mundo mejor en que se basa el anuncio. Al anunciar ese líquido marrón se anuncian falacias que suelen “tomarse con soda”, por utilizar una expresión acorde al ámbito. La cuestión no es si bebemos o dejamos de beber Coca-Cola; o si podemos o no creer en un mundo mejor. La cuestión es que ese mundo mejor se reduzca a la efervescencia efímera de un simple refrigerio devenido en símbolo.

lunes, 6 de junio de 2011

La mafilia ferpecta

Karina Vignola: modelo, reportera deportiva en Argentina, periodista de carnaval en Uruguay, actriz. Gaspar Valverde: actor iniciado con Núbel Espino, músico de una banda, trabajó con Cacho y Maxi de la Cruz y Omar Gutiérrez.

Como amigos hicieron “Ojo al piojo” (Canal 4), y como novios “Terapia de pareja” (Canal 4). Una dupla que desde sus inicios amorosos fueron televisivos y televisados. En ese tránsito tuvieron una hija (Luana).

Hoy ambos integran “Prueba que me amas” (Canal 10). Son jóvenes, se divierten sanamente y se muestran sumamente enamorados.

No obstante, hubo un hito en su explosión mediática y en el perfeccionamiento de su pareja modélica –aunque coincidió con la rescisión del contrato con Canal 4–. Se casaron. Es decir, elevaron su estatus social de concubinos al de matrimonio. Aun cuando sea válido criar hijos sin papeles, ahora formaron una familia.

Además, son populares. Empezaron a saturar su exposición con publicidades y tapas de revistas juntos. (No es casualidad que ella pertenezca al programa infantil “Jungla Mágica” en Canal 10. Es madre y señora de. Es un buen ejemplo para los niños). Son una mafilia ferpecta porque representan un paradigma pretendido.

Mi reflexión se aproxima a cuestionar la familia como referencia de aspiración social. La familia nuclear (hacia la que se dirigen Karina y Gaspar) es un artificio relativamente reciente, hija de una revolución industrial que tecnificó las relaciones humanas. La institución familia es parte de la razón instrumental capitalista. Actualmente nos horrorizamos ante su crisis, ¿o es que ya no ocultamos sus defectos? La convivencia entre cuatro paredes es uno de los mecanismos más perversos de las agrupaciones humanas.

¿Realmente pensamos que ese conjunto de seres que obligatoriamente tienen que amarse y protegerse, es la única y mejor manera de cohabitar? Se habla de familia nuclear, extendida, ensamblada, adoptiva, monoparental, desligada, homosexual, pero eso no abre posibles alternativas. No se cuestiona la familia en sí misma como célula social.

Al contrario, los eslóganes televisivos lo festejan, y como la familia es parte del modo de producción, se cotiza. Lástima que Karina y Gaspar no se casaron antes. Su plusvalor tendría intereses. Chicos, les doy un consejo atrevido. Ni se les ocurra divorciarse.

domingo, 5 de junio de 2011

Kurt Cobain era carbonero


(18 de noviembre de 1993, New York).

Nirvana tocaría un show electroacústico para MTV en los estudios de Sony . Un hincha de Peñarol que estaba en la ciudad, se enteró del toque y decidió ir. Llevaba la remera del carbonero debajo de su camisa de leñador. Pasaron las horas y comenzó el show. Las primeras palabras de Kurt Cobain fueron: “Esta canción es de nuestro primer disco. La mayoría de la gente no lo tiene”. Estalló el estudio en aplausos al escuchar los primeros acordes de la noche con “About a Girl”. Cuando terminó el tema, y junto con la ovación a los artistas, el manya dejó un grito que va a quedar en la historia del rock: “¡Arriba Peñarol, che!”.

Con la satisfacción del deber cumplido, decide escuchar tranquilo el resto del show. “Come as you are” fue el siguiente tema, en el cual Kurt Cobain repite una y otra vez: “No, I don’t have a gun” (después nos enteraríamos que tenía una guardada en la casita del jardín). Contrariamente a la expectativa del público que asistió al evento, después de “Come as you are”, Nirvana no interpretó sus hits. Una mezcla entre covers y temas que no eran repetidos hasta el hartazgo en las radios mundiales desfilaron para los oídos de los concurrentes. “The man who sold the world” de David Bowie y “Pennyroyal Tea” -con la interpretación solitaria de Cobain-, dejaron flotando una increíble sensación de intensidad. Dave Grohl volvía a su posición cuando felicitó al cantante: “Eso sonó bien”. Kurt lo mandó callar.

Luego fueron “Polly” y “Dumb”, canciones que no querían tocar de corrido porque suenan idénticas. Cobain confía que el show va a ser editado y que van a cambiar el orden de los temas, pero no. Después vinieron “Something in the way”, los tres temúnes con los Meat Puppets, “All apologies” y el emotivo final (“Fuck you all, this is the last song of the evening”) con “Where did you sleep last night” de Leadbelly.

El simpatizante aurinegro, no se va decepcionado del show. Contempló de cerquita a los Nirvana, conoció canciones que nunca había escuchado y vio invitados desconocidos. Este Unplugged quedará como uno de los mejores de la historia y, sin dudas, como uno de los más escuchados. También fue la oportunidad para que el mundo viera que esos mugrientos no solamente gozaban con los gritos y la distorsión, sino que también tenían una noción muy acertada de lo que era hacer música.

"Come as you are" (Atenti al grito carbonero en el 0:05)