sábado, 2 de julio de 2011

Ojo con el show

El martes pasado se celebró un año más del Día Internacional del Orgullo Gay. El 28 de junio de 1969, en un boliche de Nueva York, el Stonewall Inn, hubo una fuerte represión policial sobre gays, travestis, lesbianas, drag queens[1], prostitutos y jóvenes sin hogar que frecuentaban el pub. Por aquel entonces era bastante común la violencia física –aparte de la simbólica– sobre ciertos sectores “marginales” de la sociedad. Baste nombrar el más reconocido movimiento contracultural de la década del 60 como fue el hippismo. También la comunidad afro-descendiente y las personas que se manifestaban en contra de la guerra estaban en la nómina de los más perseguidos.

Lo que algunos llaman “Disturbios de Stonewall” y otros “Rebelión de Stonewall”, fue la instancia en que esa gran comunidad se resistió espontáneamente frente a la fuerza policial y con la misma violencia. El episodio no acabó esa noche-madrugada. Al día siguiente comenzaron protestas que se extendieron durante semanas y así lograron conformarse los primeros grupos activistas que reclamaran derechos. Al inicio se exigió, simplemente, buscar lugares específicos en donde se tuviera la libertad de manifestar la orientación de deseo de cada uno sin la coerción de poder ser arrestados. Pasados seis meses se habían creado organizaciones de activistas gays, que imparablemente fueron persiguiendo y reivindicando derechos de diversa índole, que me acotaré a decir que se pueden rotular como “derechos a ser personas”.

El 28 de junio de 1970, en Los Ángeles, comenzó a conmemorarse el Día del Orgullo Gay, que rápidamente tuvo una acogida mundial. Actualmente se puede hablar del Día Internacional del Orgullo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).

Particularmente en Uruguay, junto con el festejo, este año se lanzó la campaña a favor del matrimonio igualitario. En los últimos cinco años, en nuestro país, se legalizaron la unión civil de parejas homosexuales, la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo, así como está habilitado el cambio de nombre y sexo (aunque puede ser solo de nombre y entonces sería un cambio de género).

Ahora bien, lo que a mí me huele a “misión incumplida” es el propio mecanismo de las marchas como instrumentos políticos y como modalidad de lucha. Me suenan más a campanadas y campañas mediáticas, que a verdaderos forjadores de sensibilización. Que no se malinterprete, no estoy en contra del reclamo ni de que se manifieste a través de una marcha, estoy en contra del show. El eje medular es mucho más profundo y se ve deslizado por un montón de gente que se exhibe espectacularmente (mediante un espectáculo) con tintes de diversión. Creo que no es lo que se pretende, pero es lo que acapara la atención del periodismo para abarcar esta clase de eventos y por qué no, para generar ciertos clientelismos políticos, más que una sensata concientización. No estoy convencida de que en este caso el fin justifique el medio.

Por otra parte, según la actual decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, la escribana Dora Bagdassarian, “el matrimonio naturalmente es entre un hombre y una mujer porque es la pareja que se puede reproducir”. El derecho, como dispositivo de control social, considera el matrimonio en función del núcleo llamado familia. Es decir, por más que uno esté en pareja (homo o hetero) y que se pueda estar amparado legalmente, si no hay legado biológico, descendencia, no hay familia que proteger con derechos ni que exigir con obligaciones.

Entonces, ¿estamos tan seguros de que el mejor camino hacia la igualdad es el reclamo de este tipo de derechos que de todas maneras oprimen, discriminan y cercenan porque las propias instituciones son las que están ancladas rígidamente y les cuesta cambiar? Dicho de otra manera: ¿homenajeamos las fojas legales? ¿Eso da para festejar? ¿Alcanza?

Yo estoy más del lado que anuncia la campaña institucional de Portugal que les dejo, cuyo lema versa por el “derecho a la indiferencia”.

En Uruguay, además, cada año se celebra la Marcha de la Diversidad, todos los 1°de octubre (o en la fecha más cercana que se pueda), en honor a Juan José Quintans, un profesor de literatura uruguayo, activista. Habrá que ver cómo se promueve en este 2011.


[1] Gruesamente se puede decir que son hombres vestidos de mujeres, que actúan exageradamente. Técnicamente son transformistas.

viernes, 1 de julio de 2011

Locutores sí los hay

El periodismo deportivo, en alguno de sus modos, lleva a la pérdida del sentido en materia discursiva, ya sea por el lenguaje aplicado o por la línea argumental que utilizan sus periodistas. Sin embargo, permítaseme atajarme (nunca mejor usada la metáfora futbolística) ya que no creo que todos caigan en esta bolsa.

“Estoy ahí, ya sé que no pero yo estoy ahí, si el tipo de la radio me lo cuenta”, canta Tabaré Cardozo. Es que este murguista encontró en el locutor (comentarista) deportivo (solo de futbol) un gran narrador. Los locutores de radio que se dedican a transmitir partidos de futbol deben manejar un gran nivel descriptivo. Por lo general logran dar a entender lo que sucede en el campo de juego, no solo contando quién lleva el balón y qué es lo que hace con él, sino que también utilizando un muy buen manejo de la velocidad, del tono y del volumen al hablar. A su vez, tienen la colaboración de un locutor comercial que se encarga de hacer publicidades en vivo, lo que permite que el relator descanse en los momentos en que realmente no hay comentarios para decir, nada que narrar ni describir. De ese modo, salvando excepciones, el relator de futbol habla solo cuando hay algo que describir.

Ahora bien, ¿qué hace el relator de futbol de la televisión? Ni que hablar que también analiza e interpreta lo que pasa en la cancha, pero atención, porque la locución comercial  ya no es una aliada. Es más, en televisión no figura, y en su lugar aparecen las publicidades gráficas, tanto en la cancha como sobre la pantalla de manera electrónica. Entonces, ¿qué sucede cuando nada hay para comentar, ya sea porque el partido se detuvo o porque no hay jugadas de peligro que necesiten ser resaltadas? El locutor no calla, sino que más bien busca alternativas que, sin querer, lo pueden llevar a la idiotez narrativa: repite tal cual lo que el televidente está viendo, refrita comentarios ya mencionados durante varias veces en el partido, o lo que es peor, se distrae y hace comentarios que nada tienen que ver con el encuentro. En algún caso hacen chistes, es tremendo.

Con esta columna no afirmó que el relator de futbol de la televisión carece de capacidad para estirar al aire sin que el televidente se dé cuenta. Simplemente destaco que algunas formas discursivas, más de las que se creen, sobran en el periodismo deportivo.

jueves, 30 de junio de 2011

Carl Sagan, la dimensión de lo humano

No somos pocos los que creemos que el ser humano está movido naturalmente por la curiosidad. Yo supongo que tiene que ver con estar esencialmente atravesados por los signos, entonces la realidad siempre se nos presenta mediada por éstos y, como se sabe desde hace un tiempo, entre un significado y un significante siempre se puede meter un "¿por qué?". Es por eso tal vez que la filosofía es tan importante para nosotros, porque es una forma de curiosear sobre todo, sin que eso nos dé la más mínima ilusión de encontrar una certeza. Entonces, hay algo en tratar de darle una explicación a cada cosa, hay humanidad.

Contemplando lo anterior, cuando uno se encuentra un personaje como éste, no tiene otra que quererlo. Carl Sagan está lejos de ser el científico más importante del siglo XX pero sí que es el divulgador científico que más simpatías ha cosechado, merecidamente además.

Creador de la serie COSMOS (altamente recomendable) y autor de libros como Dragones del Edén, Contacto (novela que sería adaptada al cine) y El mundo y sus demonios, entre otros. Entre sus grandes logros, que no son pocos, está el haber sido el principal asesor de dos programas de la NASA para crear un mensaje inalterable que pudiera llegar a interpretar otra forma de vida inteligente, pavada de reto comunicativo (tal vez  también por eso me interese tanto este señor). Carl Sagan fue mucho más que un divulgador científico, fue un pacifista de argumentos conmovedores que estuvo buena parte del siglo pasado ahí, para darnos un baño de humildad, y recordarnos lo pequeños que somos tanto en tiempo (es famosa su comparación de la edad del universo con un año solar, donde la existencia de la humanidad ocupa los últimos 6 minutos del 31 de diciembre: ver aquí) como en espacio. Justamente de eso se trata este post.

El 14 de febrero de 1990 la nave espacial Voyager 1 (por insistencia de Sagan) toma una foto en dirección a la tierra a 6000 millones de kilometros de distancia de la misma. Lo que se obtuvo fue estremecedor, la foto titulada Un punto azul pálido, fue la que inspirara luego el libro del mismo nombre en el que Sagan reflexionaría sobre la existencia del hombre en la tierra. Lo que hoy les comparto es un videíto creado por andá a saber quién pero que es la excusa para escuchar al propio Sagan reflexionando sobre la humanidad a partir de una foto. ¿Qué agregar cuando está todo dicho?



Bueno, no solo de esto se trata el post, también explica de cierta manera el porqué del título de esta sección, ¿o será que se trata de curiosear y darnos explicaciones? Después de todo, como decía el Dr. Sagan: "Somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo."

miércoles, 29 de junio de 2011

El pop rock metaeventero de U2: mi alma y Glastonbury

Seguir el viaje de músicas en festivales de verano aunque las olas no sean tan nuevas.

U2 es mi banda favorita, no son pocas las veces que me pregunto por los motivos. Creo que uno importante es la comodidad, es decir, desde hace once años cada vez que se me pregunta al respecto y contesto mi verdad siento un gran alivio placentero. Están los que me responden “Ah... sí, ¡qué bueno! Son medio veteranos, tipo los Stones, ¿no?” ; o “...Es una basura comercial... y sé que se hacen los humanitarios, bien de imperialistas del norte”.

Lo cierto es que yo devuelvo todas las respuestas con la mejor de mis sonrisas, hablar de música más allá de las limitaciones ajenas y propias frente al tema debe ser de lo más simple y maravilloso a lo que podemos dedicar nuestro tiempo libre entre amigos o para conocer mejor a alguien.

Sí sres. eso de “dime qué escuchas y te diré quién eres” para esta columnista aplica bastante bien, incluso si la respuesta es “de todo un poco”; aunque parezca loco eso dice algo, ¿verdad?. Nos encanta hablar bien y mal de melodías, letras, canciones, discos, bandas, instrumentistas, cantantes, géneros, festivales e incluso llegamos a imaginar y opinar con formas prejuiciosas cómo son tales o cuales países según la música que conocemos de allí. Yo nunca fui a Irlanda pero a través del tiempo se enriqueció una imagen demasiado romántica en mi cabecita no solo por U2 (que no es demasiado iconólatra de “Lo Irlandés”, salvo por algunos pocos temas en una extensa discografía) sino por la suma de ellos a algunos autores como Beckett o Wilde, algunas personalidades y varias películas como “¡Qué verde era mi valle![i]” o “Cinco minutos de gloria[ii]” –nombro estas dos para visualizarlo en extremos-.

Es complicado traer a conciencia un proceso como este pero es necesario notar que lo practicamos, proyectándolo y padeciéndolo. Pero es cómodo, nos da respuestas por eso lo seguimos, la intención de absolución total del prejuicio más que una utopía parece una ridiculez, sobre todo en una cuestión como esta de entender lo que aún hoy es distante, adonde todavía no se puede llegar a través de un monitor por más definición que tenga.

Y un poco de todo esto me pasó el finde pasado. Sé de qué van los festivales de rock, conozco todos los temas de la setlist, vi las fotos, videos y reviews pero no estuve ahí; me formé una opinión, escribí un comentario basado en nada en un montón de impulsos eléctricos los de una pc y los de mi cerebro.

U2 tocó el viernes en Glastonbury (si aún no lo saben el festival de rock más importante de Europa que llegó a su 40ª edición) y brilló en su primera participación festival comercial (lo digo esto en el sentido de que no era una reunión de fines solidarios) en mucho tiempo sabiendo que no se enfrentaban solo a su público con el que mantiene ese magnetismo de la última banda de la generación de los estadios, “la intimidad a gran escala” como le gusta definir a Bono.



La experiencia sin dar nada por sentado, más allá de las polémicas por los escraches previos con acusación por evasión impositiva o la sorpresa que causó la reciente confirmación por parte de Adam de su paternidad desde el año pasado junto a su novia; “treinta años después, en un terreno desconocido, hacen su show con el hambre feroz y es ese sentido de urgencia (incluso con una pizca de nervios) en lugar del triunfalismo que hace de esto un juego cargado, dejándonos algo más que un set memorable”. Como lo resume la crítica de Dorian Lynskey de The Guardian UK

Y eso no causó más que satisfacción entre los cuatro de Dublín porque como confiesa su líder: “Yo todavía mantengo esa idea pasada de moda del metaevento, que lo atraviesa y lo vuelve más de lo que es[iii] ” Esa para mí es otra cualidad que hace que los quiera como mi banda preferida, porque creo que equilibran el valor de un gran vínculo con sus fans y una cohesión intragrupal que tiene sonidos, tópicos y pasajes líricos identificables ya como suyos, que a pesar que están recontraforrados en guita siguen defendiendo su compromiso con lo que ellos creen que es su arte, lo mismo que en la mínima cocina de los Mullen (flia. de Larry, el batero) hace casi 35 veranos.


[i]

1941, Dir. John Ford

[ii] 2010, Dir. Oliver Hirchsbiegel

[iii] Rolling Stone, Noviembre de 2009, “La gira de las galaxias” Seguimiento de la Gira 360º y entrevista con Bono por Brian Hiatt. Recomiendo fervorosamente también los comentarios de Neil Mc Cormack para The Telegraph (prometo abordar a este crítico y su especial relación con la banda más adelante)



La entrevista posconcierto con Jo Whiley y Zane Lowe.



martes, 28 de junio de 2011

Las mil voces internas

Joaquin Moreira Alonso
Las mil voces internas es el drama de vida de Eduardo, un hombre condenado a un trabajo, a una ciudad gris humo y a permanecer callado en un mundo de angustia y soledad.
Eduardo además de llevar su vida triste, lleva consigo una bolsa de maltratos, instintos suicidas, enfermedades y complejos que no tienen marcha atrás.
Finalmente llega el momento inevitable; Eduardo enloquece y empieza a escuchar voces que retumban en sus cabezas. Pero como Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana, las voces de la cabeza resultan ser las salvadoras de la vida de Eduardo.
Las voces dicen todo lo que él siempre calló y lo dicen de una manera que nunca pudo hacerlo, lo dicen en manera de comentarios ingeniosos y en chistes de situación. Las voces a su manera suben el autoestima: con imitaciones (generalmente gauchos, gallegos y jugadores de rugby), contando chistes de Jaimito y también aquel chiste del hombre que puso su “virilidad” en la boca de un cocodrilo, que es un poco subido de tono y homofóbico, pero es muy gracioso.
Finalmente y gracias a todo el bagaje humorístico que carga en su interior, Eduardo se convierte en el mejor humorista de la ciudad con tan solo tener confianza y saber escucharse a sí mismo.

Joven Periodista
¿Por qué empezaste a ser humorista a tu edad?
Eduardo
Estuve consiguiendo la influencia adecuada
Joven Periodista
¿Qué clase de influencia?
Eduardo
A veces no hay nada mejor que escucharse a uno
Joven Periodista
Qué gran metáfora
Eduardo
Si, metáfora
Voz en la cabeza con tono de porteño
Contá el chiste del perico japonés que te la levantás
Eduardo
Tengo un chiste para contarte…

lunes, 27 de junio de 2011

Radiografías de oído para el desolvido

El cassette, solo un icono rodeado de humedad
(Foto: Ruy Ramírez)
Aunque las vidrieras de los shoppings ya no exhiban pasacassettes para su venta, de seguro en más de una casa se conservar, casi como pieza de colección, algún radiograbador macizo y obsoleto. Probablemente todavía funcione, si es que nos atrevemos a concretar aquel remoto gesto de introducir un cassette, presionar el botón de "Jugar" y dejar que su mecanismo analógico, lleno de sonidos maquínicos, se ponga en marcha. Comprobado: la vieja casetera no ha dejado de funcionar. Aun cuando haya pasado de moda, aun sustituida por tecnologías más pulcras, eficientes, digitales.

Recuerdo la revolución que habían supuesto en mi cotidianidad musical los primeros discos compactos (y el no tener que esperar horas de rebobinación), ahora enormes artefactos que ocupan demasiado espacio y revelan el paso del tiempo: se rayan, se descascaran, se pierden en estuches que no les corresponden.

Esos problemas tan físicos y táctiles han desparecido en la liviandad incorpórea de la música digitalizada, intangible, reproducible hasta el hartazgo sin riesgo alguno de degastar los soportes. Lejos de implicar un mero cambio de formato, el mp3 ha supuesto una significativa transformación de la producción y recepción musical. Por "recepción" no me refiero a inaprensibles consumos abstractos, sino a las prácticas cotidianas por las que escuchamos música, la grabamos, la pausamos, la re-producimos y la re-reproducimos (sé que suena como un spot de televisores para la Copa América). Y de qué práctica receptiva hablar con mayor propiedad que de la mía propia. Here we go.

Días de radio de ayer y hoy
En estos días en que las voces radiales son mis compañeras de amaneceres y atardeceres en largos trayectos suburbanos, las agujas de la nostalgia no tardan en punzar. Al pasar de una emisora a otra me asalta la niñez con aquellas tardes de domingo pobladas de escuchas radiofónicas.
Colecciones de canciones rotuladas con lapiceras...
(Foto: Maite Domínguez)


Mil novecientos noventa y ocho. Horas y horas girando la ruedita del dial hasta sintonizar una canción que me hiciera sonreír. Cuando al fin una se asomaba, lo hacía con una emocionante duda: ¿era el estribillo inicial o, lamentablemente, el del final? En su versión completa o segmentada, iba grabando ("record-ando") las canciones que me gustaban en un eterno cassette transparente donde se solapaban capas de música mal sintonizada, con ese brillo inconfundible del ruido de antena o el eco de otra emisora vecina colado de manera subrepticia. Cuando las cintas se enredaban, las alisaba con la ayuda de una lapicera que introducía en los "ojos" del cassette.

Tenía una magia irrepetible el hecho de que esa canción que se esfumaba y que no había podido ser registrada, quizás nunca volviera a ser escuchada. Por más que anotáramos su nombre, no había demasiados caminos para reencontrarla.


¿Por dónde viaja la música digital?
(Foto: Jorge Pérez)

Con la panacea de Internet y los programas corsarios de subibajas musicales, esos caminos se han multiplicado en proporciones infinitesimales. Desnudas y accesibles, todas las canciones pueden hallarse en sus incontables versiones a través de la red. Pero al desaparecer una dificultad, ha desaparecido también la magia: ya no tienen sentido -como dijo una vez Dobrich en su columna radial- los tracks escondidos en los álbumes, ya no grabamos las canciones en pedacitos para armar nuestros collages personales, ya no hay riesgo de perder eternamente aquella melodía que nos erizaba. Manipulamos, eso sí, toneladas de datos, incluso discografías enteras de décadas enteras. Mi temor es que por la desaparición del miedo a perder las canciones, también se deteriore la forma de quererlas.

Los afamados cambios que han zanjado la transición al siglo veintiuno han sido de tal aceleración que incluso nosotros, individuos en los veintitantos, tenemos nostalgias. Nostalgias que también involucran a las tecnologías, terreno medular de los cambios, noción tan fría y aséptica como el plástico utilizado para fabricar las cajitas del casette, pero en torno a la cual cada uno instituye sus prácticas, sus rutinas, sus apropiaciones singulares que, al compartirse, como estoy haciendo ahora, incrementan esas melancolías colectivas.

domingo, 26 de junio de 2011

Wake up (wake up) aoiewaoieoeaf a little makeup

No recuerdo una sensación tan impactante como cuando escuché por primera vez “Chop Suey”. Me sorprendió, quedé de cara y no entendía nada. Me saltó el chirlo interno y me nacieron unas ganas incontrolables de hacer pogo en cualquier lugar. En mi opinión, el "Toxicity" de System of a Down, es el "Nevermind" de mi generación. Ponés play y no lo podés parar de escuchar. Desde “Prison Song” hasta el canto makumbero del final, es un discún con todas las letras. 
 
En esa época, los SOAD estaban a pleno. Armaron tremendas canciones. La voz de Serj Tankian estaba en un lugar preponderante dentro de la banda, y los coros de Daron Malakian eran coros, no las ganas de ser la voz cantante. "Toxicity" es un disco frenético, cuya primera mitad parece la continuidad de una misma canción, con un sonido envolvente y unificador. Tenés desde canciones compactas y polentas, hasta arreglos increíbles con instrumentos de sinfónica.
Voy a dejar de escribir por acá porque me dieron ganas de escucharlo. 
Sean felices.

Chop Suey