En Uruguay, además, cada año se celebra la Marcha de la Diversidad, todos los 1°de octubre (o en la fecha más cercana que se pueda), en honor a Juan José Quintans, un profesor de literatura uruguayo, activista. Habrá que ver cómo se promueve en este 2011.
sábado, 2 de julio de 2011
Ojo con el show
En Uruguay, además, cada año se celebra la Marcha de la Diversidad, todos los 1°de octubre (o en la fecha más cercana que se pueda), en honor a Juan José Quintans, un profesor de literatura uruguayo, activista. Habrá que ver cómo se promueve en este 2011.
viernes, 1 de julio de 2011
Locutores sí los hay
jueves, 30 de junio de 2011
Carl Sagan, la dimensión de lo humano
Contemplando lo anterior, cuando uno se encuentra un personaje como éste, no tiene otra que quererlo. Carl Sagan está lejos de ser el científico más importante del siglo XX pero sí que es el divulgador científico que más simpatías ha cosechado, merecidamente además.
Creador de la serie COSMOS (altamente recomendable) y autor de libros como Dragones del Edén, Contacto (novela que sería adaptada al cine) y El mundo y sus demonios, entre otros. Entre sus grandes logros, que no son pocos, está el haber sido el principal asesor de dos programas de la NASA para crear un mensaje inalterable que pudiera llegar a interpretar otra forma de vida inteligente, pavada de reto comunicativo (tal vez también por eso me interese tanto este señor). Carl Sagan fue mucho más que un divulgador científico, fue un pacifista de argumentos conmovedores que estuvo buena parte del siglo pasado ahí, para darnos un baño de humildad, y recordarnos lo pequeños que somos tanto en tiempo (es famosa su comparación de la edad del universo con un año solar, donde la existencia de la humanidad ocupa los últimos 6 minutos del 31 de diciembre: ver aquí) como en espacio. Justamente de eso se trata este post.
miércoles, 29 de junio de 2011
El pop rock metaeventero de U2: mi alma y Glastonbury
U2 es mi banda favorita, no son pocas las veces que me pregunto por los motivos. Creo que uno importante es la comodidad, es decir, desde hace once años cada vez que se me pregunta al respecto y contesto mi verdad siento un gran alivio placentero. Están los que me responden “Ah... sí, ¡qué bueno! Son medio veteranos, tipo los Stones, ¿no?” ; o “...Es una basura comercial... y sé que se hacen los humanitarios, bien de imperialistas del norte”.
Lo cierto es que yo devuelvo todas las respuestas con la mejor de mis sonrisas, hablar de música más allá de las limitaciones ajenas y propias frente al tema debe ser de lo más simple y maravilloso a lo que podemos dedicar nuestro tiempo libre entre amigos o para conocer mejor a alguien.
Sí sres. eso de “dime qué escuchas y te diré quién eres” para esta columnista aplica bastante bien, incluso si la respuesta es “de todo un poco”; aunque parezca loco eso dice algo, ¿verdad?. Nos encanta hablar bien y mal de melodías, letras, canciones, discos, bandas, instrumentistas, cantantes, géneros, festivales e incluso llegamos a imaginar y opinar con formas prejuiciosas cómo son tales o cuales países según la música que conocemos de allí. Yo nunca fui a Irlanda pero a través del tiempo se enriqueció una imagen demasiado romántica en mi cabecita no solo por U2 (que no es demasiado iconólatra de “Lo Irlandés”, salvo por algunos pocos temas en una extensa discografía) sino por la suma de ellos a algunos autores como Beckett o Wilde, algunas personalidades y varias películas como “¡Qué verde era mi valle![i]” o “Cinco minutos de gloria[ii]” –nombro estas dos para visualizarlo en extremos-.
Es complicado traer a conciencia un proceso como este pero es necesario notar que lo practicamos, proyectándolo y padeciéndolo. Pero es cómodo, nos da respuestas por eso lo seguimos, la intención de absolución total del prejuicio más que una utopía parece una ridiculez, sobre todo en una cuestión como esta de entender lo que aún hoy es distante, adonde todavía no se puede llegar a través de un monitor por más definición que tenga.
Y un poco de todo esto me pasó el finde pasado. Sé de qué van los festivales de rock, conozco todos los temas de la setlist, vi las fotos, videos y reviews pero no estuve ahí; me formé una opinión, escribí un comentario basado en nada en un montón de impulsos eléctricos los de una pc y los de mi cerebro.
U2 tocó el viernes en Glastonbury (si aún no lo saben el festival de rock más importante de Europa que llegó a su 40ª edición) y brilló en su primera participación festival comercial (lo digo esto en el sentido de que no era una reunión de fines solidarios) en mucho tiempo sabiendo que no se enfrentaban solo a su público con el que mantiene ese magnetismo de la última banda de la generación de los estadios, “la intimidad a gran escala” como le gusta definir a Bono.
La experiencia sin dar nada por sentado, más allá de las polémicas por los escraches previos con acusación por evasión impositiva o la sorpresa que causó la reciente confirmación por parte de Adam de su paternidad desde el año pasado junto a su novia; “treinta años después, en un terreno desconocido, hacen su show con el hambre feroz y es ese sentido de urgencia (incluso con una pizca de nervios) en lugar del triunfalismo que hace de esto un juego cargado, dejándonos algo más que un set memorable”. Como lo resume la crítica de Dorian Lynskey de The Guardian UK
Y eso no causó más que satisfacción entre los cuatro de Dublín porque como confiesa su líder: “Yo todavía mantengo esa idea pasada de moda del metaevento, que lo atraviesa y lo vuelve más de lo que es[iii] ” Esa para mí es otra cualidad que hace que los quiera como mi banda preferida, porque creo que equilibran el valor de un gran vínculo con sus fans y una cohesión intragrupal que tiene sonidos, tópicos y pasajes líricos identificables ya como suyos, que a pesar que están recontraforrados en guita siguen defendiendo su compromiso con lo que ellos creen que es su arte, lo mismo que en la mínima cocina de los Mullen (flia. de Larry, el batero) hace casi 35 veranos.
[i]
1941, Dir. John Ford
[ii] 2010, Dir. Oliver Hirchsbiegel
[iii] Rolling Stone, Noviembre de 2009, “La gira de las galaxias” Seguimiento de
La entrevista posconcierto con Jo Whiley y Zane Lowe.
martes, 28 de junio de 2011
Las mil voces internas
Joaquin Moreira Alonso |
lunes, 27 de junio de 2011
Radiografías de oído para el desolvido
El cassette, solo un icono rodeado de humedad (Foto: Ruy Ramírez) |
Recuerdo la revolución que habían supuesto en mi cotidianidad musical los primeros discos compactos (y el no tener que esperar horas de rebobinación), ahora enormes artefactos que ocupan demasiado espacio y revelan el paso del tiempo: se rayan, se descascaran, se pierden en estuches que no les corresponden.
Esos problemas tan físicos y táctiles han desparecido en la liviandad incorpórea de la música digitalizada, intangible, reproducible hasta el hartazgo sin riesgo alguno de degastar los soportes. Lejos de implicar un mero cambio de formato, el mp3 ha supuesto una significativa transformación de la producción y recepción musical. Por "recepción" no me refiero a inaprensibles consumos abstractos, sino a las prácticas cotidianas por las que escuchamos música, la grabamos, la pausamos, la re-producimos y la re-reproducimos (sé que suena como un spot de televisores para la Copa América). Y de qué práctica receptiva hablar con mayor propiedad que de la mía propia. Here we go.
Días de radio de ayer y hoy
En estos días en que las voces radiales son mis compañeras de amaneceres y atardeceres en largos trayectos suburbanos, las agujas de la nostalgia no tardan en punzar. Al pasar de una emisora a otra me asalta la niñez con aquellas tardes de domingo pobladas de escuchas radiofónicas.
Colecciones de canciones rotuladas con lapiceras... (Foto: Maite Domínguez) |
Mil novecientos noventa y ocho. Horas y horas girando la ruedita del dial hasta sintonizar una canción que me hiciera sonreír. Cuando al fin una se asomaba, lo hacía con una emocionante duda: ¿era el estribillo inicial o, lamentablemente, el del final? En su versión completa o segmentada, iba grabando ("record-ando") las canciones que me gustaban en un eterno cassette transparente donde se solapaban capas de música mal sintonizada, con ese brillo inconfundible del ruido de antena o el eco de otra emisora vecina colado de manera subrepticia. Cuando las cintas se enredaban, las alisaba con la ayuda de una lapicera que introducía en los "ojos" del cassette.
Tenía una magia irrepetible el hecho de que esa canción que se esfumaba y que no había podido ser registrada, quizás nunca volviera a ser escuchada. Por más que anotáramos su nombre, no había demasiados caminos para reencontrarla.
¿Por dónde viaja la música digital? (Foto: Jorge Pérez) |
Los afamados cambios que han zanjado la transición al siglo veintiuno han sido de tal aceleración que incluso nosotros, individuos en los veintitantos, tenemos nostalgias. Nostalgias que también involucran a las tecnologías, terreno medular de los cambios, noción tan fría y aséptica como el plástico utilizado para fabricar las cajitas del casette, pero en torno a la cual cada uno instituye sus prácticas, sus rutinas, sus apropiaciones singulares que, al compartirse, como estoy haciendo ahora, incrementan esas melancolías colectivas.