lunes, 5 de diciembre de 2011

No es otra tonta película croata




Película croata, cortesía de imágenes de Google
bajo el rótulo de búsqueda "Croatia Movie"
A veces me siento un personaje de Sitcom. O peor, de una típica comedia americana, pero uruguaya. Otras, soy el personaje de una película independiente aburrida. Una película independiente aburrida de algún país centroeuropeo, Croacia, por ejemplo, tampoco vamos a tener grandes aspiraciones. Uno busca lleno de esperanzas y termina tornándose un cruel y tragicómico personaje de una película que todavía no se rodó. Una especie de copia del original inexistente (gracias, Jameson), un arquetipo individualizado de todos esos contenidos ficticios que ha consumido (y lo han consumido a uno) durante tantos años de mirar películas y series y telenovelas.

Voy llorando en el mugriento ómnibus 175 y la escena es de un polvoriento filme croata que tal vez pasarían en algún invierno en Cinemateca. Relato el episodio en el trabajo al día siguiente bajo el rótulo “conseguir que te den el asiento en un ómnibus repleto” y la escena es de una Sitcom al estilo The Office pero sin cámaras y con actuaciones no tan hilarantes. Y la verdad es que si tengo que elegir prefiero ser el personaje de una Sitcom. Ni siquiera la protagonista: más bien un secundario de esos risueños que pasan por los lugares tarareando alguna melodía y riéndose de que la vida no le sonríe.

Reírse de la desgracia. Varios definen al humor desde esa concepción. En realidad yo no me río de mi desgracia. Me río de la forma estúpida en que suelo enfrentar mis desgracias. O, más bien, me río de la capacidad histriónica de convertir sucesos no demasiado relevantes (al menos no en comparación al hambre mundial y a las guerras de Oriente) en desgracias. Y es ahí cuando la desgracia se vuelve graciosa. La desgracia me hace gracia. Hasta que irrumpe de nuevo la cámara del director croata a pintarme ojeras horribles y días sin sentido.

Imitar la ficción

Muchas teorías del séptimo arte se han hartado de analizar (y en ocasiones, ensalzar) la conexión inextricable del cine con  la realidad. Todo razonamiento lógico indica que, si el cine es un arte mimético, como todas las artes performativas o escénicas (gracias, Aristóteles), entonces imita a la realidad. El cine imita a la vida. Y no obstante, nos pasamos escuchando frases que invierten esa lógica casi mecánica. “No te hagas la película”. “Estoy de novela”. “Precios de película”. “Sus palabras son puro teatro”. En  muchos casos parece que es la vida la que imita a la ficción. ¿Cuántas veces hemos escuchado ya una banda sonora tristísima en una de esas tristísimas despedidas? Podemos pensarnos como protagonistas de una escena que solo está siendo filmada en nuestra memoria, o vernos a nosotros mismos como personajes totalmente terciarios, bolos, extras, en una escena donde los protagonistas son los otros.

Imitando la ficción, literalmente. Y esperando un tren. Foto: Joaquín Moreira


Aunque lo que duele es que siempre, los protagonistas de nuestra película somos nosotros mismos. Una película que en su realidad nunca se condice con lo que nuestra ideal película de la realidad desglosaría escena por escena. Como en esta secuencia de 500 Days of Summer. Contraposición expectativas/realidad. Cine/ realidad. Y lo irónico es, justamente: ¿cuántas veces la vida se parece a esta maldita split screen?




Imaginen la siguiente escena en un concierto lleno de gente: individuo entusiasta ve que otros individuos atractivos le hacen señas, el individuo entusiasta hace el típico gesto “¿a mí?” y los individuos atractivos le piden que se corra, que está tapando la papelera a la cual quieren lanzar un papel cual aro de básquetbol. Bueno, esa típica escena de loser me ocurrió. No estaba tapando una pantalla ni un espectáculo. Querían que me corriera porque estaba tapando una papelera. Nunca me reí tanto de mí misma como ese día.

Let’s face it before sunrise

Enfrentémoslo de una vez: el amor “real” no como el de las películas. Si la vida fuera una comedia romántica cursi y lineal… Pero la vida es más bien como esa noche increíble en Antes del Amanecer. Ahí el ómnibus 175 se convierte en un tren que atraviesa Europa y yo bien podría ser Julie Delpy con un vestido por el estilo y el pelo largo aunque no rubio, y bien que podría encontrarme con Ethan Hawke o alguien por el estilo. Pero en el 175 no hay Julie Delpys ni Ethan Hawkes, ni paradas en Viena hasta que amanece, ni amores de película que después se desvanecen. Realmente deberían  reincorporar los trenes en este país, sin dudas es un vehículo mucho más romántico que el 175. Al menos sería un paso.


El problema es que en las mentes soñadoras y perfeccionistas como la que me ha tocado, las marcas de la ficción solo pueden hacer mellas dolorosas. Quizás podría ser yo mi propia guionista, pero ya con ser mi actriz tengo demasiado trabajo como para escribirme y reescribirme escena tras escena. Todo sería más fácil si mi guionista fuera una buena persona (¿dónde está mi Richard Linklater?) y me fuera llevando por los lugares exactos en los momentos exactos, como aquel tren que iba por Viena. 

Y quizás todos los 175 son un tren a Viena. Hay que ayudar el azar para que se convierta en oportunidad. Por más casualidades cósmicas que el mundo pueda regalarnos (y vaya si las regala), Antes del Amanecer no hubiera llegado siquiera al mediodía si Julie no le hubiera hablado a Ethan (¿o fue al revés?). Filosofía barata y sandalias de cuero, lo sé, pero esta especie de tesis coelhesca veraniega es una de las pocas tonterías que me están haciendo sentir bien últimamente.

Una sabia amiga me decía –hablando, como de costumbre, de cómo el amor real no tiene nada que ver con el de las películas- que todo sería mucho más fácil si pudiéramos enamorarnos al chocarnos con alguien que tirara al suelo las carpetas y papeles que llevamos. Mi amiga decía que era imposible, que a nadie le pasa. A lo cual le respondí: vamos a tener que andar con más carpetas en los brazos.







3 comentarios:

Nati dijo...

Mar, me sentí tan identificada con estas ideas... El ómnibus, aunque odioso, es un espacio en el que la cabeza se cuelga en estos viajes e imagina bandas sonoras. Me encantó!

Seba dijo...

"Quizás podría ser yo mi propia guionista, pero ya con ser mi actriz tengo demasiado trabajo como para escribirme y reescribirme escena tras escena."

Gran verdad que nos abarca a todos y cada uno de nosotros, quien quiera que seamos.

Mediorama editorial dijo...

Gracias, queridos ambos. Vivir en la región metropolitana tiene un efecto de viajes en todos los sentidos...