La rumana Ana Porgras en su volátil ejercicio de viga, Tokio 2011 |
Durante el mes de octubre se desarrolló el Campeonato Mundial de Gimnasia Artística, uno de los eventos preferidos de mi agenda mediática y personal (lo cual, ya lo sé, habla de lo poco excitante que es mi agenda anual en materia de eventos de índole juvenil, en fin). La cita fue en Tokio, tras muchos dilemas acerca de los peligros nucleares y posibles terremotos que podrían afectar las rutinas de las gimnastas. Mi idea era realizar una crónica o reporte acerca de lo acontecido en la competición, pero ante la distancia temporal que ya nos separa del evento, en lugar de una cobertura en tiempo real desparramaré una sucesión de pensamientos, recuerdos y consideraciones que siempre he querido expresar sobre mi deporte preferido, siguiendo los titulares adelantados en (adivinaron) el título.
Los divagues tardíos
Si bien los mundiales de gimnasia se realizan todos los años excepto el olímpico (la carrera de un gimnasta promedio es muy breve como para darse el lujo de un mundial cada cuatro años), se trató de una edición de particular importancia por ser un mundial pre-olímpico, donde equipos y atletas clasifican a los Juegos. Y los Juegos Olímpicos son algo así como el súmmum del súmmum, la competencia más prestigiosa en el universo gimnástico. Ganar una medalla olímpica es para un gimnasta la máxima gloria que puede alcanzar en su carrera. De hecho, el solo formar parte del seleccionado olímpico ya es casi tan meritorio como ganar una medalla mundial.
Por supuesto, ni los canales televisivos abiertos ni los de cable ni los diarios han informado sobre el evento. Creo que emitieron algún clip sobre la competencia masculina como una especie de rareza freaky de lo que puede lograr el cuerpo humano, pero mientras los domingos es frecuente ver partidos de tenis internacionales o carreras de fórmula uno, la gimnasia es una utopía en la televisión nacional. No es de culparse, dados los millonarios precios de los paquetes de cobertura y la poca redituabilidad ante la relativa escasez de seguidores del deporte. Digo relativa porque durante las olimpíadas los teléfonos de los canales arden de llamadas preguntando por la gimnasia, aunque quizás esto no es relevante dada la instantánea conversión al fanatismo deportivo que experimenta la mayoría de los espectadores durante los Juegos Olímpicos.
Por estos lares (Uruguay, Sudamérica en general exceptuando Brasil) la gimnasia es un deporte casi exótico, que solo sale a la luz durante las Olimpíadas. En este mismo razonamiento, como no hay mediatización de la gimnasia durante el resto del año, no es importante. Tal vez, para muchos, ni siquiera existe.
En realidad en nuestro país hay unos cuantos clubes dedicados a la práctica de este deporte. Sin embargo, el nivel que presentan las gimnastas más talentosas y avanzadas no está cerca aún del nivel de elite internacional. De hecho, muy pocas naciones –al menos en la rama femenina de la gimnasia- alcanzan esta categoría. Desde hace varias décadas, los podios mundiales y olímpicos casi sin excepción han sido ocupados solamente por cuatro países, considerados grandes potencias de la disciplina: Rusia (ex URRS), China, Estados Unidos y Rumania, seguidos de un puñado de países que bajan y suben del ranking según las estrellas disponibles en su seleccionado.
La cuestión es que mientras en Norteamérica, Europa y Asia los campeonatos de nivel mundial se transmiten por las cadenas de deportes (incluso con comentaristas especializados, es decir, cada país tiene su Kesman y su Da Silveira, solo que generalmente hay alguna mujer en la dupla relatora) aquí para conocer los resultados hay que recurrir –cómo no- a la inmensa red de redes, donde hay una interesante blogósfera dedicada a la gimnasia con autores (más bien autoras) que hasta viajan a los eventos para dar una cobertura en vivo por escrito (al estilo Twitter) en sus respectivos blogs.
The Couch Gymnast, blog de referencia en el mundo de la "Gymternet" |
Así, es gracias a estas comprometidas escritoras de la gimnasia (todas en lengua inglesa: sólo he registrado un blog en español sobre el deporte) los fanáticos de este hemisferio nos enteramos de quiénes integrarán cada equipo, cuáles son las expectativas, si alguien se ha lesionado y, finalmente, cómo se repartieron las medallas. Después, con suerte, un alma bondadosa sube a YouTube los videos capturados con su celular o las transmisiones televisivas de su país. Sí, he tenido que escuchar coberturas en chino.
Los intentos fallidos
No dejo de preguntarme qué sería de mi afición gimnástica si no fuera por las potencialidades globalizantes de la Red. Aunque mi enamoramiento del deporte provino de la inolvidable película rumana “Alcanzando el cielo” que homenajeaba a la más inolvidable aún Nadia Comaneci, mi involucramiento con la gimnasia también fue gracias a un evento olímpico, Atlanta 96. Sin Internet, mi contacto con la gimnasia sería exactamente tan excepcional como los 29 de febrero.
Si mis cálculos no fallan, por la época de Atlanta mi frágil gracilidad ya había ingresado al plantel del club social y deportivo de mi ciudad y había aprendido algunas piruetas con la ilusión de que algún día podría volar por los aires. Hasta había ganado una medalla de bronce y todo. Pero fue con Atlanta que empezó mi vínculo con la gimnasia como espectadora. Qué gran época de la gimnasia. Poco tiempo después abandoné mis intentos vanos y fracasados de volar por el aire. Ni siquiera conservo aquella medalla de bronce. Tal vez fue de esos sueños que después se transmutan en recuerdos.
Los paralelismos
El punto de inflexión clave de Atlanta 96 (campeonato que vi una y otra y miles de veces en unos videos que me había grabado mi abuela) es que allí comenzó mi inexplicable admiración por las gimnastas rumanas. Había algo de valiente en las integrantes de aquel equipo que, pese a provenir de un pequeño país, conservaban un amor increíble por su gimnasia, una gimnasia que era un tesoro de su tradición y que había hecho famosa a su nación en el mundo, gracias a aquel primer diez perfecto de la pequeña y audaz y perfecta Nadia Comaneci.
Equipo rumano en Atlanta 1996 |
¿Suena familiar el pequeño país de fama mundial gracias a un deporte, casi el único deporte de su tradición deportiva? ¿Y si les digo que las gimnastas son prácticamente celebridades en la televisión de Rumania? ¿Y que salieron cuartas en el último mundial? Por si no lo notaron, lo que intento argumentar es que los paralelismos entre la gimnasia rumana y el fútbol uruguayo son recalcables. Quizás por eso no he dejado de identificarme con esas heroínas, aún cuando haya otras gimnastas de otras naciones con líneas más perfectas y dificultades más arriesgadas. Me he encontrado a mí misma hinchando por cada rumana como si fuera de mí país. Y quizás sea un poco mi país. Desbocatti dice que Rumania y uruguay son como países gemelos separados en el espacio, y Lonely Planet define a Montevideo como un pedazo de Bucarest en América Latina. Pero, voilá, yo lo había descubierto mucho antes.
Ana Porgras, de Rumania, con un leotardo blanco, celeste y una especie de sol como adorno. ¿Necesitamos más pruebas?
Para quienes quizás se lo pregunten, lamentablemente el mundial de Tokio dejó a mi querida Rumania fuera de las medallas por primera vez desde 1981. Ni una medalla, pese al enorme talento de las integrantes del equipo. Estados Unidos y China, máquinas de fabricar atletas en las disciplinas que se les antojan, arrasaron con los medalleros. También Rusia, pero no digo nada, porque al menos este país lleva, como Rumania, la gimnasia en su sangre. La esperanza que conservo es que, si se reproducen los paralelismos con Uruguay, Rumania sería campeona del campeonato Europeo 2012. Y en los Juegos Olímpicos, veremos. Lo cierto es que no sé si un oro uruguayo en fútbol me emocionaría tanto como escuchar el himno rumano otra vez durante una entrega de medallas.
1 comentario:
Mentira que Rumania quedó afuera… ya estaba hinchando por ese país mientras leía tu artículo y me tirás esa fría… que bajón.
En fin. Un día de estos sufrimos juntos. (:þ)
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