Aunque el romanticismo nos empuje a lo contrario, hay que
admitir que es demasiado sencillo volver adivinando el parpadeo que a lo lejos
va marcando nuestro retorno. No implica mucha decisión volver cuando sabemos - sin
necesidad de bajarnos del barco - que hasta los faroles se preparan para
nuestra llegada y que las estrellas nos miran. El verdadero riesgo de la vuelta
no tiene que ver con la nostalgia, melancolía, rencores, venganzas o fantasmas
del pasado, no atemoriza lo que fue. Cuando abrimos la puerta, apoyamos nuestra
valija en la entrada y resoplando proclamamos: "volví"; lo que
realmente hace temblar es que con ingenua y dolorosa indiferencia se nos
pregunte: "¿te habías ido?".
El
coraje de la vuelta reside en aventurarse a cabalgar sin perros que te ladren para
hacer presente nuestra presencia; y sin perros que -no te ladren- en señal de
aprobación. Cabalgando frente a perros con una posible y respetable
indiferencia, Mediorama no cabalga en pos de gigantes, molinos, ladridos, ni
siquiera en pos de encontrarnos con nosotros mismos; Mediorama
convencida vuelve en post de algo.
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