miércoles, 17 de agosto de 2011

Salú Rosita…

…con el alma te dedico mi única columna de la nostalgia en este agosto.
Bueno gente, ya saben agosto es el mes de la nostalgia, nos guste o no.
Sin dudas cuando las remembranzas van más allá de la superficialidad a la que nos tiene acostumbrados la esfera mediático-social vernácula, como en el caso de las formidables columnas de Mar Payssé, todo se torna más agradable, es decir, hay maneras de ver este fenómeno que no nos dejan afuera y que de cierto modo, por ser obviadas, pueden llegar a resultar más atractivas.
Yo no pretendo arreglar semejante embrollo, menudo problema para los sociólogos, psicólogos sociales o quienes sean que puedan estudiar a los “nostalgifílicos” o “nostalgiófobos” que deambulan por la ciudad en esta zafra.
Mi cometido esta tarde es recordar a una dama orientala de cuya partida se cumplieron treinta años hace cinco días, la compositora de una de mis canciones preferidas desde siempre o desde los diez u once que es más o menos lo mismo, es decir, cuando le empezamos a prestar más atención a la música. No exagero si digo que está en mi top five en español.

Mi familia sabe sobradamente de mis caprichosas veleidades en muchos sentidos, pero la pelea por esta canción significó una de las instancias clave de la configuración de mi personalidad musical. En mi cumpleaños de quince yo quería que este vals sustituyera al recontratrillado “Danubio azul” (en realidad yo no quería fiesta, pero esa es otra historia) y quería bailarlo con mi abuelo (creo que va a ser la única persona en mi vida con la que haya bailado un buen vals) y con mi padre (más bien por compromiso dado que a él tampoco le copaba la idea). Nada de lo que yo quise pude concretar por aquel entonces, sin embargo mi gente se empezó a dar cuenta que estaban frente a una jovencilla con ideas propias, un temperamento complicado y una preretórica aristotélica del carajo con la que me divierto a expensas propias y ajenas hasta el día de hoy.

La fiesta fue un lluvioso 30 de noviembre. El día después, la verdadera fecha de mi cumpleaños absuelta de todo compromiso social, festejé como quise y les hice la vida a cuadritos a mis padres (como corresponde que intente cada tanto cualquier adolescente que se precie de tal) que trataban de recuperarse del cansancio y la resaca. Solo mis amigos más cercanos y mis familiares más queridos estaban invitados al superdomingo. Sobras, bebidas a medio enfriar, karaoke, prohibición de fotógrafo y video, guerrilla de agua, baile sobre la mesa más toda mi música que quedó afuera culpa del mal gusto del DJ; y a la hora señalada, el abuelo y yo y nuestro vals desde alma.

Tiempo después supe que su autora, Rosita Melo, lo había compuesto a los catorce años (tocaba el piano desde los cuatro) y las cosas parecían cerrarse en mi cabeza, en esa edad tan fermental mi encaprichamiento se había correspondido a su enorme talento apasionado en esos acordes. Si era difícil enfrentarme a mi pseudo rebeldía en 2002, no me quiero imaginar lo que significaba tratar de liberarse al menos a través de la música en 1911. Fue luego según los conocedores una gran concertista y profesora de piano, madre de tres hijos, y esposa durante más de cincuenta años de Víctor Puima Vélez quien le dedicó sus mejores versos para sus melodías. Para entender mejor la historia de esta canción conocida internacionalmente, sin dudas hay que remitirse a la década de los cuarenta porque allí fue cuando Homero Manzi tuvo la idea de incluirla en el film “Pobre mi madre querida” donde sería cantada por Hugo Del Carril (con una nueva letra, la que conocemos, definitiva co-firmada con Víctor). Capaz que a alguno le suenen estos nombres pero esta gente era la crema y nata del tango de la época, además superpopulares, wrackstaaarsss del río de la Plata, pá que se entienda mejor.


La versión original sin letra ya era famosa internacionalmente tocada por orquestas americanas y europeas pero sin dudas el film y su repercusión como parte de una escena y con un nuevo encare por esa letra tan romántica y dura a la vez, le abrió las puertas a un nuevo público. La combinación es combustible para el corazón en estado puro. La lágrima, los sueños, el desaliento del ánimo destrozado por el desamor y la fuerza para ponerse de pie de nuevo se hamacan entre fonemas y compases. Yo camino, la tengo en mi mente, capaz que no soy ni tan fuerte ni tan inocente a la vez, pero me dejo conmover por esta tremenda canción, otro tema megatriste del cual no comprendo su arraigo en las bodas (junto a “One” de U2).
“La vida es mucho más que un vals pero si un vals se asoma a tu vida no temas seguirle el ritmo”, capaz que me lo dijo Canaro en esas madrugadas de entresueño insomnoliente cuando la radio se me queda prendida en Clarín.
Nota al pie: Ver a Nelly Omar cantando “Desde el alma” con casi noventa y nueve años es más que nostalgia, es vida y arrabal mal herido de amor y recuerdos, es historia presente.

3 comentarios:

Diego F1 dijo...

Con ganas de comentarle andaba, suerte que haya sido comentarle por tan agradecido post. La verda` que nunca había escuchado este vals con letra, siempre lo recuerdo escuchado en alguna reunión del club de abuelos al que mi abuela iba, o escuchado en algún otro evento social al tiempo que era tarareado por mi madre, no recuerdo si mi madre lo cantaba. Esta es un tipo de canción que a uno le gusta desde siempre pero que no se da cuenta hasta entrado más en años. Que melodía para esta tarde a medio llover.

LELE dijo...

Che, te pasaste con este post.
Muy lindo y musiquero hay que darse cuenta que abrir un poco más los oidos siempre cuenta.
Yo nunca le presté atención a lo que escuchaban mis abuelos, confieso

José Antonio del Pozo dijo...

Magnífica y bellamente desgranado el vals, si señor
Saludos blogueros