miércoles, 31 de agosto de 2011

Sobre Ambrose Bierce y su personajes de literatura bélica

Nobleza obliga, antes de cualquier otra disquisición, quisiera decir que la primera persona a la que oí mencionar al autor que hoy quiero aludir fue el Prof. Armando Miraldi, a quien sin dudas le debo muchas gratas horas de lectura gracias a sus excelentes recomendaciones durante el curso de Historia Contemporánea en LICCOM.

Ambrose Bierce forma parte de una generación de escritores estadounidenses que ejerció como puente entre el terror fantástico de Poe y los horror no menos oscuro inspirado por las realidades de la Gran Guerra y de la Recesión que impulsaron a los literatos de los años veinte y treinta como Fitzgerald o Hemingway.

Dicha aseveración se puede poner a prueba a través de la lectura de sus cuentos alimentados por su propia experiencia en la guerra de Secesión, en la crudeza de las descripciones de los episodios de batalla, el odio de variados orígenes entre los bandos o en la atenta espera previa, en la pobreza de los campamentos, en el desprecio que muestra y los insultos que vocifera el último soldado totalmente embarrado mientras cava pozos para la trinchera y pasa el Gobernador con su comitiva “impecablemente ataviados” (en Una escaramuza...) que se puede rastrear hasta sus sucesores en “Adiós a las armas” o “Por quién doblan las campanas”. Al mismo modo se puede trazar una línea que llega al miedo a la soledad total volviendo al pasado constantemente en busca de consuelo o al temor a nunca reencontrarse con el verdadero amor como en “El Gran Gatsby”.

De la obra de Bierce quisiera destacar lo que es tal vez su obra más conocida y mejor celebrada “Cuentos de soldados y de civiles”, y en particular dos piezas dentro de la colección “Una escaramuza en los puestos de avanzada” y “Parker Addison, filósofo”.

Del primero se logra destacar la estructuración en cuatro partes que desde el principio guía al lector bajo títulos tan promisorios y a su vez descriptivos como “En relación con el deseo de morir”, “Cómo decir lo que debe oírse”, “Combate de un hombre que lucha con el corazón” y “Los grandes honran a los grandes”. La historia podría resumirse como la experiencia de un hombre que desea ser nombrado como oficial del ejército del Norte pero que es originario del Sur y que sigue profesando públicamente cariño por su tierra. No obstante como se considera un hombre racional y en la guerra debe mandar la razón ante todo por eso quiere ir al frente yanqui unionista. Pero dentro de las particularidades que se repiten en ambas historias, los modos despojados de abordar la muerte en el caso del joven capitán como deseo, frente al fracaso matrimonial, volver al frente es volver a la acción, revivir. Posiblemente, no faltan analistas, que así lo expresan, Bierce exhibe estas actitudes en estos cuentos escritos en 1909 porque ya planeaba alejarse de todo en búsqueda de nuevas aventuras bélicas, como lo hizo en 1913 en medio de la revolución Zapatista, a casi diez años de la obtención de su divorcio y los fallecimientos de sus dos hijos; y pese a su cómoda posición económica por su actividad como literato, y sobre todo como periodista de las publicaciones del magnate William R. Hearst en San Francisco, primero y en Washington, más tarde.

La revisión histórica antes apuntada, que a su vez nos presenta sus raíces en la desgracia ineludible, casual, no pocas veces absurda, la fatalidad, sí, siempre ella y su envolvedor encanto en las letras desde siempre y que aparece tras misterios ceñidos en capas, tramas de miedo que como géneros (de tela o en cualquier otro sentido) embeben de magia hechos aparentemente comunes y hasta cotidianos. De allí surge el “temor sobrenatural” que se apodera, por ejemplo del general confederado que interroga al recientemente capturado espía Parker Addison que lo tiene desorientado respecto a sus especificaciones sobre la muerte, las que aquél clasifica al principio como “insensatas” y “fantasiosas”. Entonces ni bien el general lanza la sentencia casi atajándose como si fuera posible contener al destino “No me gustaría morir, no esta noche”, uno como lector se aventura en “Ok a partir de acá algo fuera del plan va suceder, este espía no será ejecutado al amanecer y este general difícilmente vuelva a su comandancia tal como lo preveía, posiblemente entienda por sí mismo todo lo que el sargento espía tenía para contarle sobre la muerte como la última experiencia de la conciencia de la vida o como perdida de la posibilidad de felicidad”. Y es así, el cuento termina con la línea del general “Supongo que esto es la muerte”, memorable ¿no? Allí se acabaron “las sonrisas de ironía” definitivamente y al final la inefable dulzura de la sonrisa del final cuando el general creyó haber decodificado su noche con Adderson.

Eso justamente, el entrecruzamiento de esas tendencias Eso justamente, el entrecruzamiento de esas tendencias de manejo de la anticipación asociada al miedo es lo que lo asocia a este escritor munido de su experiencia en distintas campañas bélicas tanto a Poe que lo antecede, como a Lovecraft como seguidor.

“Una cosecha de muerte”, soldados de ambos bandos caídos en Gettysburg, julio de 1863 (fotografía de Timothy O´Sullivan)

Las oposiciones propias del campo de batalla que se notan más claramente en “Una escaramuza…” relucen en la amplia adjetivación en el que se contraponen las situaciones habituales y los temperamentos de los hombres allí retratados. Con un ejemplo simple al hablar del Gral. Halleck (quien desde la historia de este cuento habría sido asignado en lugar de Buell, quien, vaya casualidad, comandó la división del propio Bierce en Ohio) como “un hombre de experiencia no probada, teórico de carácter indolente e indeciso” frente a la caracterización del capitán Armisted (otrora joven de familia sureña acomodada que se ofrecía a los fuegos de la guerra para evitar a la familia la deshonra del suicidio) en plena batalla: “Penetrando el estruendo, flotando por encima de él como la melodía de un pájaro en lo alto, resonaban las lentas y monótonas órdenes del capitán, sin acento ni énfasis, musicales y tranquilas como un cántico en las noches de cosechas. Familiarizados con aquel sonido tranquilizador en los momentos de eminente peligro, aquellos soldados inexpertos, con menos de un año de entrenamiento, cedían al hechizo y ejecutaban las órdenes con la precisión y compostura de veteranos”. Se nota claramente en este sentido que la capacidad calificadora excede al ordenamiento de delineado de un paisaje a través de epítetos. Las oposiciones propias del campo de batalla que se notan más claramente en “Una escaramuza…” relucen en la amplia adjetivación en el que se contraponen las situaciones habituales y los temperamentos de los hombres allí retratados. Con un ejemplo simple al hablar del Gral. Halleck (quien desde la historia de este cuento habría sido asignado en lugar de Buell, quien, vaya casualidad, comandó la división del propio Bierce en Ohio) como “un hombre de experiencia no probada, teórico de carácter indolente e indeciso” frente a la caracterización del capitán Armisted (otrora joven de familia sureña acomodada que se ofrecía a los fuegos de la guerra para evitar a la familia la deshonra del suicidio) en plena batalla: “Penetrando el estruendo, flotando por encima de él como la melodía de un pájaro en lo alto, resonaban las lentas y monótonas órdenes del capitán, sin acento ni énfasis, musicales y tranquilas como un cántico en las noches de cosechas. Familiarizados con aquel sonido tranquilizador en los momentos de eminente peligro, aquellos soldados inexpertos, con menos de un año de entrenamiento, cedían al hechizo y ejecutaban las órdenes con la precisión y compostura de veteranos”. Se nota claramente en este sentido que la capacidad calificadora excede al ordenamiento de delineado de un paisaje a través de epítetos.

En sus cuentos se puede resumir lo “nauseabundo”, “agonizante”, “estallido” “desorganizado ”y “despojado de gloria” de un contexto tal en expresiones que se repiten una y otra vez así, y de modos sinonímicos junto a lo poético que pueda resultar encontrar descripciones de la duda humanizante sobre el propio ser que se encuentra allí rodeado de otros pares en su situación pero al mismo tiempo infinitamente solo, como en el final de “Una escaramuza…” en la que el gobernador que queda en medio de la batalla apenas con magulladuras pregunta por el joven capitán Armisted que lo salvó, le hacen notar que su cadáver se halla a su lado y el hombre no logra reaccionar, el narrador remata intensamente: “Estaba tan cerca que el gran hombre hubiera podido posar la mano encima. Pero no lo hizo. Posiblemente tuvo miedo de que sangrara”.

El nosotros que usa al hablar de los soldados y del asedio habla a las claras de la angustia del haber estado ahí pero no solamente cargado de descriptivismo gratuito. No solo va a los fondos se mueve en todas las direcciones posibles de las profundidades de un infierno como el de la guerra el que no pocos hombres eligen como único modo de intentar sobrevivir.

Tropas federales a las afueras de Nashville, 16 de diciembre de 1864 (fotografía de George Barnard)

Nada de esto resulta en el mundo de hoy escandaloso, mucho menos en el campo literario,la distancia temporal solo hace que se magnifique cualquier apreciación de esta obra, las guerras se han sucedido una y otra vez con la acumulación de las experiencias de los hombres en las trincheras. Sin ir más lejos, este agosto que termina quedará en la peor historia del ejército estadounidense como pieza del peor año desde que comenzara la invasión a Afganistán hace diez.

Solo me resta subrayar la invitación a la lectura de este autor y resumir mi opinión en que la literatura de Bierce no solo es moderna porque sea amarga como algunos de sus críticos contemporáneos estimaron al apodarle Bitter Bierce.

2 comentarios:

LELE dijo...

Qué buen tema,ché! Lo que citaste ya me copó, encontré algunos cuentos cortos sueltos en alguna pagina. Qué calidad para mezclar cosas tipo sobrenaturales con lo testimonial.

Las fotos muy buenas, fue una de las primeras guerra fotografiadas, no?

Lourdes Nievas dijo...

La primera fue la de Crimea algunos años antes, ésta fue la cuarta.Te mando un artículo muy bueno sobre estilo de esos primeros fotógrafos de guerra, "La fotografía en la Guerra de Secesión" de Marco Antonio Rodríguez Porcel.

La seguimos en el MSN, pero gracias por apoyar el espacio MEDIORMAMA, jajajaja!

TKM