Debo admitir que el título quedó larguito. Pero, cuando algo provoca un ataque de verborragia, hay que respetarlo de la misma manera que hay que sacarse el sombrero frente a todo lo que quite el discernimiento y no sea una droga. Toda la perorata del comienzo me sirve para aclarar que el post estará escrito bajo un estado de entusiasme cinematográfico por la vida.
Saliendo de todo lo introductorio, voy a comentarles que he tenido el placer de ver Medianoche en París[1] del magnánimo palito Allen y me quedé pensando en una batería de cosas. A partir de ahora algunas de esas reflexiones; no todas. Solo las que vienen al tema y las que están permitidas por las leyes de las buenas conductas.
Primer divague: Últimamente Woody ha estado temblequeando entre los vaivenes de la calidad de sus filmes; por decirlo de alguna manera: no ha sido su mejor década. Obviamente hay excepciones. Si la cosa funciona[2] es una maravillosa comedia de la cual lo único malo que se ha dicho es que parece un filme de Allen de los 70s (lo cual si lo piensan es un elogio); y también está el drama Matchpoint[3] que tiene una carga de tensión magnífica. Frente a este vaivén no se preocupen, porque Medianoche en París es su mejor comedia romántica en años y especialmente deja la sensación de que no va a ser una excepción; Woody ha vuelto.
Tipico plano de Allen, en este caso en París |
Segundo: Este señor debería ser contratado por las oficinas de turismo de cada ciudad. Desde que Allen ha agarrado el pasaporte, cada ciudad ha quedado retratada de manera gloriosa. No siempre el fondo circunstancial de una película juega tan favor como en las de este señor. Antes se podía decir que el hecho de ser neoyorquino le daba un conocimiento y relacionamiento con la gran manzana. Ahora tan solo se puede decir que sabe aprovechar las cosas de una manera invisible. Ahorrándome palabras, el filme te hace querer ir y amar París.
Tercera cosa: Siempre hay un gordo medio pelado, con un reloj que cae del bolsillo de su chaleco y que dice: “No hay estilo como el viejo estilo”. A veces ese señor –que es por lo general medio facho– tiene razón; este es un caso. No hay receta como las viejas recetas y siempre caen bien en Woody condimentos del estilo de la pareja burguesa con pequeños grandes problemas burgueses, el suegro republicano, el protagonista caminando con el saco al hombro mientras suena jazz, el escritor con inseguridad enfermiza, el odio hacia la ciudad de Los Ángeles, el enemigo pedante y exitoso que habla demostrando sus conocimientos sobrevalorados (antes para decir esto se decía Alan Alda). Todo es parte del paquete clásico de Allen, y no confundamos lo novedoso con lo bueno y a lo ya conocido como aburrido. Woody Allen, que supo ser vanguardia, ya no lo es. No porque se haya acartonado sino porque el cine cambió para parecerse al estilo del gran hipocondríaco. Para cerrar el párrafo se debería decir que, por más que sea la misma receta, es irrepetible y no es previsible por el simple hecho de que el filme es tan encantador que no deja de prestar atención a ciertas cosas; la película hipnotiza por decirlo de alguna manera (eso no es previsible).
Penúltima: Es sabido que trabajar con Woody le trae prestigio al “actorado” y es de ahí que se consigan tan buenos castings por poca plata (poca para Hollywood). Pero la cosa va más allá de un buen reparto, el cine de Allen (el de la Nueva York setentera diría) va creando mitología de actores a cada paso. Salgamos del hecho de que no podamos ver a Diane Keaton sin ver a Annie Hall y de que repudiemos en silencio a Alan Alda. Recordemos cómo nos pusimos a ver a Scarlett Johansson en Matchpoint, a Sean Penn hablando con voz finita en Dulce y Melancólico[4], a la entrañable mudita que interpretó Samantha Morton en el mismo filme, o en cómo torcíamos la cabeza cuando veíamos a Mira Sorvino en Poderosa Afrodita[5]. El tipo sabe dirigir actores y especialmente sabe encontrar los actores para esos personajes tan especiales que escribe. Por lo que digo sospecharán que hay un buen casting en Medianoche en París y sí, lo hay. Pero, yo apostaría a que va más allá de un buen casting, yo diría que después de Medianoche en París podemos decir que Owen Wilson puede hacer un buen Woody Allen, que Carla Bruni actuó, que Rachel McAdams es una actriz madura, que Marion Cotillard va enamorando gente en cada esquina y que para explicar quién es Corey Stoll vamos a decir Hemingway.
La del estribo: Creo que lo único que he hecho en el artículo ha sido desparramar azúcar, pero el filme me llevó a tal estado. Supongo que la felicidad no es solo mía sino que el cine, en tanto institución, debe estar feliz por la vuelta de estas películas. Hay cierta cosa de ingenuidad, belleza que provoca que uno quiera enamorarse y eso es bastante para una peli, incluso para una Woody Allen.
Podría seguir tirando palabras pero será mejor que, carente de mi capacidad crítica, tan solo quede estar feliz por el cine.
2 comentarios:
Me llamó la atención eso de que trabajar con Woody Allen los hace mejores actores, cosa que parece indudable.
¿Podrías, sin apuro, hacer una comparación con Almodóvar? Lo digo porque tengo la sensación de que ocurre exactamente al revés. Como ejemplo podríamos empezar con Antonio Banderas, Darío Grandinetti, Penélope Cruz. Todos eran actores regulares antes de actuar con él, después fueron empeorando. ¿O serán prejuicios míos nomás?
Sin lugar a duda tiene bastante de verdad lo que decis. Aunque yo creo existe la salvedad de que los tres que mencionas no estaban consolidados cuando los agarró Almodovar y trabajar con éste les dio prestigio.
Es obvio ninguno tuvo de sus mejores actuaciones con Almodovar (Antonio Banderas en Atame tiene una muy buena actuación) pero viene dado más por los personajes que escribe Almodovar que son peculiarmente artificiosos que nos resulta raro verlos moverse.
Me ha puesto a pensar la comparación creo que tendre que ponerme a repasar al Almodovar de los noventa que es el más interesante.
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