miércoles, 12 de octubre de 2011

Marguerite Monnot o la difícil tarea de ser amiga de una gran diva

El título de mi columna es injusto y poco feliz de plano, digo esto porque la personalidad en cuestión fue mucho más que una de las grandes amigas y miembro privilegiado del entourage de  la Piaf. Sin embargo me tomo estas licencias dado que quiero narrar parte de la historia de vida y no me siento lo suficientemente capaz de emitir juicio atinado respecto de la calidad de la Monnot como compositora, lo único que podría decir es lo que muchos especialistas concluyen: gran parte de la sonoridad dramática de las canciones del eterno gorrión de París se debe a la mistura de chansonette valsera que Mommone le dio a las músicas de muchos de sus hits.
El dramatismo divo, etéreo, femenino, que escoltaba las incomparables habilidades vocales y la expresividad teatral del gesto que correspondía a cada pieza del repertorio de Edith eran potenciados por el oído, las manos y la sensibilidad de otra mujer debajo del escenario a la sombra respecto de los flashes y los atisbos de tormentosas relaciones.
Estoy hablando de las músicas, que eran lo suyo, durante casi veinte años,  la diva interpretó casi una treintena de canciones con sus melodías, ya sean escritas para  o con ella, o para otras enormes intérpretes como Annette Lajon o Marie Dubas.
De izq a der. Odette Laure, Marguerite Monnot y Edith Piaf

Frente a la biografía de la Piaf la suya parece en principio  de lo más tranquila, hija de una maestra y un pianista, profesor y compositor de música litúrgica en la pequeña ciudad de Decize resulta una prodigio del piano que a los dieciséis años ingresa al Conservatorio de París habiendo rechazado poco tiempo antes un lugar como músico de la corte española, ante la incredulidad de sus padres. Su fama crece, a los dieciocho su carrera de concertista llega a su fin, decide no subir al escenario en Nueva York, ya nunca más tocará en público, los rumores sobre su pánico, posible locura y compleja personalidad no tardan en reproducirse, y por su inmensa timidez jamás pudieron ciertamente rebatirse.
Recién a los veintidós logró volver al ruedo, pero ya de la mano de otros sonidos: los de la nueva música popular parisina, para horrorizar a su familia entre otras cosas. La historia sostiene que su primer canción fue “Ah! Les mots d’amour!” (las palabras de amor). Cuatro años después gana el gran premio de la Academia del disco francés por un tema llamado “L’étranger” (el extranjero). Tal vez sea por esto que el letrista Raymond Asso decide presentarla a una nueva cantante que interpretaba su éxito por los bares de toda la ciudad. De más está decir que el trío Monnot-Asso-Piaf trabajó en temas románticos que calaron hondo, que sonaban a tristeza y melancolía inseparables a las historias de amor de la guerra en tiempos de guerra: “Le fanion de la Légion”, “J’entends la sirène”," Mon Légionnaire”, “Je n’en connais pas la fin”.
La ocupación nazi mantuvo a ese grupo de jóvenes amigos más unidos que nunca, los éxitos musicales se continuaban, se destacaba "Où sont-ils donc mes petits copains". Tras la guerra, los años cincuenta deparan más éxitos para la dupla y la banda en general, se suceden las giras, Piaf está en su mejor momento, es la artista mejor paga del mundo.
Monnot al piano junto a Piaf y M. Cerdan.
Llega el año 1950 y las historias de amor embargan la vida de las dos amigas: Marguerite se casa con el cantante Paul Peri y Edith inicia el romance de su vida con el boxeador campeón del mundo Marcel Cerdan.
En lo artístico se suman al grupo Yves Montand, un casi adolescente Charles Aznavour y Georges Moustaki, con el que años después Monnot compondría el gran suceso internacional que marcó un regreso a la cima de los rankings: “Milord”. Antes de eso, tras el fallecimiento de Cerdan en un accidente aéreo, las dos compusieron codo a codo: “L’hymne à l’amour” dedicada al malogrado enamorado. Dos clásicos incuestionables.



Tiempo después una gran pelea marcó el fin de la amistad porque para la obra de teatro “Irma, la douce” (uno de los musicales más famosos del teatro francés y uno de los pocos que traspasó fronteras) la compositora decidió dar el protagónico a una actriz y no a una Piaf cada vez más irresponsable para con el trabajo que estaba cayendo cada vez más bajo en su adicción a los calmantes y el alcohol. Los ataques de todo tipo por parte de la diva, los conciertos suspendidos, el desmayo en el recital del Waldorf Astoria, el dominio de la vida de la estrella por parte de un entorno muy perjudicial fueron decantando la prohibición de la sola mención de la Guite (como también llamaban a Marguerite) que no pasaba ni siquiera por enfrente del estudio de Boulevard Lannes; todos estos factores se atenuaron o maquillaron por la llegada de otro joven pianista a la vida de la Piaf: Charles Dumont cuyo talento le regalaría un último gran tema: “Non , je ne regrette rien”. 

Por aquellas mismas épocas, Marguerite Monnot moría, algunos dicen que se dejaba morir, la depresión que había inundado su adolescencia y primera juventud había vuelto en los cincuenta y pico, la voz de su música la había abandonado, ella creía que el fin de una relación o la no realización de un trabajo no podía terminar con una amistad tan fuerte. Se equivocaba. Según su marido cada vez estaba peor y esa operación por una apendicitis que había dejado avanzar le dio el motivo para dejarse ir. La noticia ganaba los cafés en la madrugada del 12 de octubre de 1961, hace hoy exactamente cincuenta años, la leyenda dice que un parroquiano grito en un barsucho bohemio de Montmartre: “Brindo por el talento verdadero detrás de una jovencita desgraciada que sin ella se volvió una diva en decadencia, nuestra copa y nuestra lástima para las dos”. 
La Piaf le sobrevivió exactamente dos años, es decir, murió en octubre de 1963 a los cuarenta y siete años tras una larga agonía en la que la fiebre delirante le hacía invocar personajes de su pasado según contara su último marido Theo Sarapo (y también como lo interpretara de forma magnánima Marion Cotillard frente a la cámara de Olivier Dahan). La môme solía clamar por Marguerite pidiéndole que se acercara al piano que esta noche trabajarían en una nueva canción mientras tomaban champagne.

Como epílogo se podría agregar que hace un par de años se descubrió entre viejos archivos y papeles de Piaf listos a ser rematados que Marguerite Monnot había compuesto la música de la canción emblema de la estrella más grande de la música francesa:“La vie en rose”.
Nunca la firmó, no se sabe por qué, Emanuel Bonini habla del vínculo como de interdependencia pero con sentimientos de megalomanía por parte de la intérprete y de inferioridad por parte de la compositora, el no soy lo suficientemente buena para ella gobernaba el pensamiento de Monnot por más que antes y después de Piaf e incluso durante la pianista de Decize escribió teatro y compuso música para otros cantantes y para bandas sonoras de unas cuantas películas.
Al final todo se reduce a una historia de amistad, hermandad, decepción y dolor; todo eso es amor dentro y fuera de sus canciones.   

1 comentario:

LELE dijo...

Qué buen post uno de mis preferidos hasta ahora! Tiene mucho drama, el clásico de las grandes amigas que se terminan separadas, además qué linda música debes ser una de las pocas personas jóvenes de esta ciudad que con menos de 60 habla de música francesa, jajaja.

TKM Tu ex compañera des classes de la plus belle langue du monde!!!