El complejísimo tema del aborto está en el top five de la agenda política por estos tiempos. Y como consecuencia, también le corresponde un sitio bastante privilegiado dentro de los ítems de la información masiva. Como gajo noticioso, pululan notas acerca de mujeres muertas debido a los abortos clandestinos, se retratan denuncias por el mal uso del Misopostrol, se evidencian las mil y una maneras de querer abortar con métodos (míticos) alternativos y se aguardan informes sobre el porqué las mujeres deciden interrumpir voluntariamente sus embarazos.
Mientras tanto, el plan que pretende des-penalizar el aborto tiene media sanción parlamentaria, aunque le queda un largo trecho para convertirse en ley. No quiero hablar de Víctor Semproni porque no es el motivo de mis párrafos, pero quiero dejar en claro que no me extraña que sea una roca obstaculizando la aprobación del proyecto. Digamos que tiene antecedentes de llevar la contra en asuntos importantes.
En la discusión de esta ley no es conveniente la dicotomía. Si alguien está a favor de la despenalización no significa que su postura sea pro aborto; y si otro alguien está en contra de este proyecto no implica que desapruebe los derechos sexuales y más que nunca reproductivos de las personas.
Pero, ¿por qué las relaciones sexuales involucran al menos dos partes y el aborto es una decisión tan solitaria que se deja mayormente en manos de la mujer? Dicho de otra manera, un embarazo: ¿Es otra de las tantas “cosas de mujeres”? ¿Por qué el argumento “este cuerpo es mío y hago lo que quiero” tiene menos peso que el que dice que “si abriste las piernas, hacete cargo”, o el facilismo: “antes de abortar, dalo en adopción”? Todas las mujeres que tienen embarazos no deseados, ¿acaso es porque no se cuidaron y les ganó un momento de calentura? ¿Por qué el hecho de estar biológicamente dotada para albergar el desarrollo primario de una vida nos convierte en homicidas si no lo queremos hacer?
¿Cuál es el rol del hombre ante toda esta situación? ¿Ellos desconocen los mecanismos que disponen para NO ser padres (aparte del abandono, obviamente)? ¿Cuántas han tenido que negociar constantemente el uso del preservativo ante la negativa de su pareja? Pero cuando se trata de aborto, ¿ellos tienen el derecho de juzgar como asesina a la, evidentemente, puta que se encamó vaya a saber uno con quién?
El sexo se aprende rápidamente (que no es sinónimo de correctamente), es gratis; la educación es un proceso lento y la ignorancia es carísima. Nos está costando miles de muertes de mujeres que no conocen cuántos agujeros tienen en su aparato genital ni para qué sirven, que no saben cuáles son los métodos anticonceptivos que dispensa el MSP (y tú, mujer con título y/o con poder adquisitivo mediano, ¿conoces todas las alternativas? ¿Y tú, hombre?). Si tengo que decidir entre comer y pagar la pensión o comprarme un forro, ¿qué hago? No nos olvidemos que las clases pudientes no son noticia por sus (“exitosos”) abortos.
Nos está ganando el conservadurismo de la clase letrada, pero retrógrada, machista (cuidado, con esto no me refiero sólo a hombres) y de pensamiento moderno, cuyo único trasfondo discursivo es que las mujeres nacieron para ser hornos de bebés (porque es algo instintivo, claro). Tú, hombre que no quiere hijos y no tiene pareja estable, ¿alguna vez especulaste, aunque sea remotamente, con realizarte una vasectomía? Tal vez objetarás que eres menos hombre si lo haces, no como las mujeres que pueden ligarse sus trompas como una opción más dentro del catálogo de la carnicería medicinal.
Nos está empapando el pensamiento pseudolaico de que ser madre es una predestinación (por cierto, maldita naturaleza imperfecta que provoca abortos espontáneos). Se ve que la paternidad es una opción que tiene el hombre liberal, por lo tanto, existe la potestad de desdeñarla. Por otro lado, la maternidad es ontología.
Y vos, Iglesia, sí, te tuteo, calladita la boca. Durante siglos y gracias a tus intervenciones políticas las mujeres nos hemos convertido, en el mejor de los casos, en madres… vírgenes. Vaya paradoja. María quedó embarazada sin penetración, parió sin rasgarse el himen, y fue Madre. Más que una Santa, creo que es la identidad secreta de la Mujer Maravilla. Hace dos mil años que las mujeres debemos copiar ese modelo de fémina. Misión, más que imposible, angustiante. Es por esto que las herejes tenían (¿tenemos?) poderes sobrenaturales, éramos (¿somos?) brujas y locas. Corrijo: somos y siempre fuimos tan contraculturales, tomamos tantas decisiones y razonamos por nuestra cuenta tanto como los hombres. Al dogma sólo le puedo contestar con una frase hecha: si los hombres quedaran embarazados, el aborto sería un mandamiento más.
Ahora, llegado el siglo XXI, ¿¡somos culpadas de asesinas!? ¡Basta! ¿Cuántas veces nos detenemos a pensar, como sociedad, cuán asesinos simbólicos somos de toda una franja de mujeres cuando le hacemos beber la cicuta de la estigmatización y del desamparo? ¿Cuándo nos tomamos el tiempo necesario para reflexionar sobre qué tipo de masculinidad hemos construido que hace que le sea imposible forjar un enlace real con un hijo por el solo hecho de que no se encuentra dentro de su cuerpo (distinto sería si partiéramos de la idea de que el límite del cuerpo no termina en lo tangible, en lo empírico, sino que se reconstruye desde lo político permanentemente)?
Por último, si se aprueba el proyecto, ¿seremos capaces de ver más allá de su carátula e indagar en cuál sería el próximo paso cultural para aplicar la ley y hacerla, por lo menos, plausible? Les dejo un video de Bendita TV de hace más de tres años como mínima demostración de que con respecto a este tema caminamos como los cangrejos.
Y no, no soy feminista, soy mujer.
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