Me pregunto si el amor por las palabras no será solamente el
amor por las palabras bellas. Y no hablo de palabras “bellas” como
representantes de objetos bellos (aunque esté convencida de que la palabra
puede embellecer al objeto), sino como palabras lindas en sí, ese compendio de
musicalidad-sonoridad-unicidad-multiplicidad que las hace placenteras solo al
leerlas/oírlas. Por ejemplo, todos esos sustantivos que cité para definir los atributos de las palabras bellas.
Quentin Massys, La Duquesa Fea |
¿Puedo amar también a las palabras aunque sean palabras
feas? ¿Cómo la Bella amaba a la Bestia (aunque después tuviera que devenir en
un ser bello como ella para que finalmente el amor se consumase)? Y en
realidad, gran parte de mi trabajo (redactar-corregir-publicar) consiste en
lidiar con palabras feas. ¿Y saben qué? Mi trabajo es placer para mí, porque
trabajo con las palabras.
Es fácil pensar en palabras feas asociadas a significados
feos. La palabra “cacofónico” es el primer ejemplo. “Lo que suena feo”, sería
etimológicamente. Y por supuesto, para eso tiene que recurrir a imágenes
escatológicas. “Escatología”, otra palabra bastante desagradable, que al usarse
casi como eufemismo (más que como tecnicismo) solo redunda en las imágenes
orgánicas que nos vienen a la mente. En cambio la palabra “orina”, si se piensa
como un nombre propio femenino (similar a “Irina”, “Alina” –perdonen la obsesión
por los nombres rusos-, “Oriana”) hasta puede resultar bonita. Otra vez, nadie
le pondría Orina a su hija, malditos significados que nos roban la magia
seductora del significante.
Vulva. Escroto. Glande. Quizás las palabras genitales
(aunque “genital” es una palabra que me agrada) tocan algo tan íntimo que
ruboriza, viola, acalla. El estúpido pudor que provoca decirlas solo por lo
mucho que se nos ha vedado hablar de nuestro sexo. Es la cultura de la clausura
la que afea la fonética prohibida de las palabras.
También con la anatomía se vinculan otras palabras que hasta
causan espanto. Flemón. Flema. Pústula. Son palabras que llaman al asco porque se supone que debemos tenerles
asco, como se supone que nos debemos bañar todos los días y que debemos gozar
la pulcritud. Debo admitir la fealdad de
estas palabras bacteriales aunque mis ojos admiren la estética del pus.
Hoy discutía sobre el significado (o no) de los nombres propios. Los nombres propios que, por definición, no tienen significado; son meros índices. Era la única en la discusión que defendía la postura asignificante. Yo lucho por que las palabras recobren su pureza sonora desprendidas de lo que “quieren” decir. Pero ellas insisten, el mundo insiste en que el sonido y el sentido sean piel y carne. Las palabras lindas embellecen a las cosas, las cosas feas afean a las palabras. Aunque, como dicen, no hay fealdad si no “belleza rara”. Y es la rareza, la extrañeza, la ruptura lo que identifica al lenguaje poético. El origen de la palabra "monstruo" (el epítome de lo feo, la fealdad concentrando todo lo inmoral) está ligado a "mostrar". Lo terrible también nos revela el mundo.
Como muestra, uno de mis poemas preferidos, una especie de
bellísima oda a la fealdad en la pluma de Neruda. Tanta fealdad, tanto extrañamiento, que el título tuvo que ponerlo en otro idioma.
Walking Around
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.
Pablo Neruda, Residencia en la Tierra, 1935
¿Cuáles son las palabras que te punzan con su anti-belleza?
1 comentario:
Una de las palabras que me gusta es “imbécil”. Me gusta como suena, me gusta cómo se escribe, y me gusta lo que significa, sabiendo que un imbécil nunca es muy agradable. Me gusta que algo feo pueda ser identificado con una palabra fea, y quizá la belleza radica ahí: en el orden establecido de la armonía (curioso, no sé si es la palabra adecuada). Feo para lo feo, lindo para lo lindo. No siempre funciona supongo.
Pero lo que quería decir era dos cosas: me gustaron tus palabras escritas aquí hoy.
La otra es que yo no suelo utilizar la expresión “belleza rara”. Opto por “fealdad exótica”, para resaltar algo más feo de lo común…
Por cierto: gracias por ese poema, debería recordarlo mas seguido.
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