martes, 31 de mayo de 2011

Al Botox de la botoxera, chin pum fuera

Varios medios –y éste no será la excepción- se han hecho eco recientemente de la desconcertante noticia de una mujer inglesa que periódicamente inyectaba Botox en el rostro de su hija de ocho años, con la finalidad de eliminar las pequeñas “arrugas” que se le formaban al reírse, y de esa forma ser más competitiva en el minimundo de los concursos de belleza infantiles. (La niña se llama Britney, lo cual nos aporta una pequeña pista explicativa de la obsesión de la madre por “estelarizar” a su hija.)

No nos detendremos en las evidentes impugnaciones éticas de las acciones de esta señora de Birmingham (a quien ya le quitaron la patria potestad, aunque creo que debido al uso de Botox ilegal). La reflexión que se me despierta transita otras sendas, que vienen a colación para estas Historias de la Belleza y que desembocan, precisamente, en la misma noción de belleza. Y la belleza engarzada a su eterna socia: la juventud.

Ruy Ramírez

Las preguntas no tardan en aflorar. Los absurdos tampoco. ¿Hasta dónde ha llegado el culto a la belleza joven o la bella juventud, si hasta una niña debe ser plásticamente prevenida o intervenida para no envejecer? ¿Cuál es el ideal de juventud que predomina, si hasta los niños cargan arrugas? Si a los cuarenta se quiere tener la piel de los veinte, a los veinte la de los diez ¿a los diez se aspira a
alcanzar la piel fetal?

Claro que la palabra “ideal” ya está respondiendo, en parte, a estas interrogantes. Las historias de la belleza que hegemonizan pantallas y aspiraciones de éxito se basan en rostros y pieles inalcanzables, irrealizables. Niñas que “juegan” (son jugadas) a ser grandes con sus piernas depiladas y sus ojos ensombrecidos, pero con tez más joven aun que la de una niña de su edad: los paradigmas estéticos logran combinaciones casi inconcebibles, pero que siguen acechándose, deseándose, persiguiéndose por todos los medios imaginables.

El Photoshop de los afiches publicitarios no solo inyecta su botox digital a las modelos imperfectas, sino que inyecta nuestros espejos y ojos con ansias de modelos perfectos, tan perfectos como inasequibles. La belleza, al fin y al cabo, termina siendo un artificio. Tan artificial como el Botox absorbido en las facciones de una niña disfrazada de princesa.

1 comentario:

Natalia dijo...

Me encantó Mariana, muy bueno! Y cuánta verdad!