domingo, 29 de mayo de 2011

Los vaqueros sin pistola

La manera en que nos vestimos dice mucho acerca de la construcción de nuestro erotismo, de lo que está pre-visto mostrar o ver y de quién mira qué. Acá va un mínimo ejemplo.

Hace unos días iba transitando por una galería de ropa, saturada entre tanto color, cantidad de diseños, tamaños y estilos de moda. Me detuve en un puesto de vaqueros sin saber qué era lo que llamaba mi atención. Los pantalones eran del mismo color azul marino, todos de mujer, nada del otro mundo. 

En ese momento me di cuenta de que como mecanismo exhibitorio había una serie de maniquís dispuestos consecutivamente. Cada uno de ellos vestía un jean. Solo se les veía desde la cintura hacia abajo. Eran medias mujeres, digámoslo así. Pero además estaban todos de espalda. Lo primero que pensé fue el por qué de mostrar siete u ocho pantalones en la misma posición. Me consolé pensando que la finalidad era evidenciar mínimos detalles distinguidores entre una prenda y otra: lentejuelas bordadas en los contornos de los bolsillos, cierres rimbombantes, tal vez hilos que contrastaran con el color de la tela, piedritas colgando, etcétera.

De todas maneras, la pregunta de fondo seguía presente. ¿Por qué el rasgo distintivo de esos vaqueros estaba en la parte posterior, en las nalgas específicamente hablando y no, por ejemplo, en las rodillas?

Ese detalle estético, tan irrelevante para nuestra cotidianeidad visual, pero asimismo tan determinante a la hora de elegir un jean u otro, funciona como un llamador visual hacia las nalgas de la mujer, de la misma manera que un escote puede cumplir el mismo rol sobre las mamas.

Más allá de las interpretaciones socioeconómicas respecto al consumismo que puedan realizarse, me quiero situar en los espacios de la mujer que se cotizan eróticamente. En una sociedad heterocéntrica, es decir, en donde la hegemonía de los vínculos de pareja se ha naturalizado bajo la dupla varón-mujer, y en donde dentro de ese par el poder reconocible, legitimable, lo tiene el hombre (lo cual es una faceta del androcentrismo), la espalda adquiere un valor sustantivo.

La mujer puede ser abordada desde distintos frentes para ser observada, apetecida y penetrada. El envoltorio del cuerpo es fundamental dentro del paquete femenino. Su cuerpo es un envase. Por esta razón, la mirada del otro es de suma importancia para terminar de constituirla como objeto de deseo. En sus características intangibles, no es un ser completo, no es un sujeto. Está sujetada a disposición de que alguien la llene de significado erótico.

En este punto hay rotundas diferencias respecto al varón. De todas maneras, es arena de otro costal que pronto revolveré.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen punto!