Actualmente contamos con una tecnología sofisticada y cada vez más precisa para averiguar qué aparato genital tiene un feto en gestación. Es lo que todos habitualmente entendemos como el “sexo” del niño.
Fotografía: Ruy Ramírez |
Junto con el sexo, la ropa, sus accesorios y el nombre, el no-nato ya tiene sobre sí determinadas expectativas que deposita sobre él su núcleo familiar y el contexto social que rodea ese núcleo (llamémosle un macro núcleo).
Ese sujeto tiene que cumplir ciertas exigencias que desconoce racionalmente, que le esperan por fuera del estado de nirvana que transita en la placenta materna. Ese ser ya tiene un “género” asignado (con sus roles, conductas y prohibiciones) mucho antes de nacer.
Es así que partimos de una base biológica para determinar qué género (masculino o femenino) etiquetará al nuevo humano.
El problema está en que el género es una construcción relacional que no se ciñe al sexo biológico únicamente (aunque puedan coincidir), sino que es una categoría que excede al binomio varón-mujer y que está en función de un período histórico, de una sociedad, de un tipo de familia hegemónica, de las condiciones económicas.
¿Qué sucede cuando una niña siente que “el cuerpo” en el cual nació no le pertenece? ¿Y cuándo un varón no quiere tener pene, sino busto y vulva? ¿Se equivocó la biología o nos olvidamos que la biología también es un constructo, cuyo poder es legitimado culturalmente bajo el nombre de "conocimiento científico"?
3 comentarios:
Muy buena columna.
Me encantan tus columnas. Que sean un poco más largas, siempre me quedo con ganas de más.
Muchas gracias anónimo. Estamos ajustando las extensiones. Tal vez vengan algunos "alargues".
Saludos
Publicar un comentario