sábado, 11 de junio de 2011

Un poema de desamor y una canción paciente de sábado al mediodía

Más de una vez me tocó ser pañuelo-hombro de amigas y amigos devastados por el des-Amor, La Traición.

Lo más cerca que estuve yo de algo así solo dio para hablarlo un par de veces en anécdotas fragmentadas, con personas cercanas pero en diferentes instancias, en lugares poco propicios para cualquier tipo de desahogo.

No me siento feliz por envidiar a los que en alguna ocasión amaron de verdad: se enamoraron. Pero no sé. Sí, el amor no me ha sucedido ni arrasado aún.

Al mismo tiempo me alivia confesarles como su columnista de sábado al mediodía (tal vez por última vez en este día y a esta hora) que no tengo nadie con quien compartir este sentimiento-modo de percibir un mismo paisaje (como la canción de Café Tacuba) que sufren, al menos por algún tiempo, los narcotizados por ese estupefaciente que sobrevive a los avatares de todas las modas.

Entonces esta reacción pseudolírica está dedicada a aquellos amigos/as (que incluso se han roto el corazón entre sí) y para vos, ahora papá de Martina, que te fuiste, por suerte, apenas antes de regalarme tan trillada sentimentalería.

Gracias por ayudarme a levantar un par de hileras más de bloques a esta muralla.


Responde el corazón herido en estelas sumerias de cascotes sub-versivos


Ya no tengo excusa para buscarte,

y duele.

No quiero saber lo que se siente

estar así,

arrepentido,

desconsolado;

pues creí

haberme liberado al fin

de tu mirada clara,

inalterable,

nada fiable

por lo tanto.


Estoica devoción unas cuantas tardes

esconde temor del penúltimo encuentro.

Venís arrastrado en un pensamiento,

que llegues a mí ya es demasiado.

Solo cuando tema haberte olvidado,

(no sé cuantas veces más te piense)

estaré dispuesta a dedicarte otro poema.

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