sábado, 9 de julio de 2011

Orientales, la patria o... el carajo

F. Acuña de Figueroa - Óleo D. Sabater (1941)
Debido a la presentación simultánea de nuestras selecciones nacionales de fútbol en sus divisiones Sub 17 y Mayor en dos campeonatos, estas semanas estamos escuchando el himno nacional como si fuera un hit del ranking de Bilboard, –aunque recortado y adaptado a las circunstancias deportivas, claro está–. Entonces, me tenté de compartir con ustedes una faceta diferente del autor de la letra de la rapsodia uruguaya. 

Francisco Acuña de Figueroa, “el poeta de Montevideo”, con su pluma transitó por los episodios más críticos de la capital, pero no por ello dejó de incursionar versátilmente por diversas aristas de la literatura.  

Me quiero detener en un poema satírico vinculado netamente con la sexualidad, que se titula “Nomenclatura y apología del carajo”. En la tercera estrofa se dan algunos indicios acerca de qué trata el escrito.


“Pero hay de grande aprecio entre los hombres,
Un cierto pajarraco, o alimaña,
Que tiene más sinónimos y nombres
Que títulos tenía el Rey de España”.

Acuña de Figueroa menciona exactamente, con talante exultante, 73 sinónimos que definen al carajo. Entre ellos, priorizo los que todavía nos suenan familiares a pesar de la metamorfosis lingüística: nabo, pepino, chorizo, rábano, tripa, banana, instrumento, polla, guasca, pito, pistola, poronga y la infaltable pija.

Dentro de su listado, el autor hace apreciaciones conceptuales-anatómicas.

“En el estilo vulgar, llámanle el rabo
Y algunos el peludo... ¡Impropio nombre!
Pues por más pendejudo que sea un hombre
No tiene tales pelos en el nabo!”

Más veces de las que creemos, construimos analogías y metáforas aferrándonos a elementos de la sexualidad, básicamente de nuestra genitalidad. Luego, con el uso dentro de la comunidad, adquieren el estatuto de frases muletillas y vox populi. Un matiz curioso es que, en la época de Acuña de Figueroa, se empleaba una comparación que nosotros hemos modificado.

“Palabra comodín, que entra al destajo
En todo, pues se dice sin reproche,
Fría como un Carajo está la noche
O caliente está el sol, como un Carajo”.

Es así que por más semejanzas que persistan, si nos basamos en este ejemplo, podemos afirmar que cambió el objeto que define la comparación, pero no la función que se atribuye al objeto. Actualmente decimos que hace “un calor de la concha de la madre” o un “frío de la concha de la lora” (yo me inclino más por la primera opción, porque si la concha es la vagina, siempre está templada. Tal vez también se podría incluir para los días de humedad, pero creo impropio acoplarla al frío).

Cuando se acerca la sección apologética, el poema ensalza las aptitudes del “miembro viril” y enfatiza lo codiciado que es por las pobres mujeres, que únicamente tienen ocho nombres que hagan alusión a su órgano genital por excelencia. Hijo de la misoginia sin disimulos de su época, Acuña de Figueroa desprecia las dotes femeninas, y engrosa las masculinas por más “imperfectas” o múltiples que sean.

Mi adorado Robert Mapplethorpe
“Hay de Carajos variedad bastante,
Largos, cortos, redondos, puntiagudos!
Derechos y torcidos, servigudos!
Y romos y de punta de Diamante”.

El legado de los siglos XVIII y XIX sugiere el tratamiento artístico de la sexualidad mediante un código eufemístico (aun hoy entendible para nosotros). De todas maneras, en el siglo XXI seguimos apelando a los eufemismos para no llamar a las cosas “por su nombre”, e incluso hemos inventado algunos nuevos. Lo cual no quiere decir que los calificativos “científicos” sean más objetivos o correctos. La biología incorporó conceptos de la naturaleza y de la vida cotidiana para nominar sus descubrimientos. En ese sentido, estoy de acuerdo con una estrofa del autor homenajeado por esta columna.

“No me vengan hipócritas devotos,
Tratando de indecentes mis razones,
Ellos dicen testículos y escrotos,
Y se asustan de huevos y cojones”.

 De mi parte, siéntanse libres de bautizar como quieran a sus genitales, pero sin descuidar el respeto que se merece el otro y los propios genitales, más cuando ellos se encargan mayormente de darnos placer sin perseguir rédito alguno.

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