viernes, 20 de mayo de 2011

Crónica de una muerte anunciada

Si bien ya se sabía que el proyecto interpretativo de la Ley de Caducidad fracasaría, se insistió hasta el último momento.

Eran casi las 15:00 horas cuando llegaba al Palacio Legislativo. Desde la puerta veía llegar varios grupos de personas, entre ellos, trabajadores, estudiantes, hijos de víctimas y desaparecidos durante la dictadura, y hasta algún astuto comerciante que se instalaba para vender chorizos al pan, previendo una jornada larga y un buen ingreso a su bolsillo.

Los diputados estaban convocados, justamente, a las 15:00 horas, lo que me dejaba poco margen para instalarme en el palco de prensa de la Cámara Baja. Por suerte el Frente Amplio había convocado una reunión de bancada a último momento para tratar de convencer al diputado Víctor Semproni de votar el proyecto interpretativo de la Ley de Caducidad. Eso me daba, al menos, 20 minutos para recorrer el Palacio, dar una vuelta por el ambulatorio, conversar con algún colega y uno o dos legisladores.

Luego de discutir con un funcionario, que me explicaba que no me podía ubicar en las barras – al lado del abarrotado palco de prensa – hasta que se iniciara la sesión, gané terreno junto a un parlante para dejar mi grabador y sacar mi block de notas.

Los diputados ingresaban a sala y se ubicaban en sus asientos. Se veía venir una jornada larga e intensa, cargada de reproches, de historia, de aburridos y reiterativos discursos, y de novedosos e interesantes argumentos.

Las barras ya estaban llenas. 99 legisladores y de estos, 57 en la lista de oradores. Los cuatro primeros, por ser miembros informantes por cada partido, tenían media hora. El resto solo 15 minutos. Casi 15 horas duró el debate.

El final ya lo conocen (ya se conocía), es como ver Titanic. Se votó tres veces para confirmar el empate en 49 votos. La Ley de Caducidad seguirá tal cual la conocemos.

Pasadas las 5:30 horas del día siguiente, el diputado nacionalista y presidente de la cámara, Luis Lacalle Pou, dio por levantada la sesión. “¡Traidores!”, se escuchó desde las barras. Seguramente alguien que no había visto Titanic, o que sí la había visto pero mantenía la esperanza de que ese gran barco no se hunda.

2 comentarios:

Ruy Ramírez dijo...

Que sea imposible no es escusa para no intertarlo. ¿Qué hubiera sucedido sin nadie hubiera ido? Llevarse por el silencio es uno de los pasos que ha devenido en tal Titanic. Capaz que la gente no estaba para esperar el resultado de la votación sino que lo hacia para decir que la dignidad no sabe de costos políticos.

KoLo dijo...

Lo imposible cuesta un poco más.