Había una vez –hace solo algunos días- uno de los tantos eventos mega-mediáticos que la televisión, en su voracidad de actualidad, ya ha olvidado, pero que las tapas de algunas coloridas revistas aún evocan: la Boda Real del príncipe William (rebautizado “Guillermo” para los hispanohablantes) con la angelical y ahora princesa Kate (digo, “Catalina”, que suena mucho más “Real”, en el sentido de “realeza” -¿hay algún otro sentido de “real” en esta historia?-).
Había otra vez -hace unos 30 años- la boda del Príncipe Carlos con la –también- angelical Diana Spencer, suceso que, en su colosal televisación, es considerado por muchos estudiosos de la comunicación el primer gran acontecimiento mediático.
Aunque esa misma cobertura telenovelesca se haya mantenido casi intacta, las nupcias de Will y Kate han presentado la novedad de ser la primera boda real (al menos con miembros de renombre) desde el auge de las nuevas tecnologías y las redes sociales. Miles de sitios en Internet, desde los portales de noticias hasta páginas sobre moda, acompañaron la cuenta regresiva y alimentaron los más ínfimos e íntimos rumores sobre los detalles de esa mañana de abril tan esperada para los ingleses y los televidentes del mundo entero. Incluso en las transmisiones televisivas (como es habitual en los últimos tiempos) fueron permanentes las referencias a informaciones y comentarios procedentes de Twitterlandia y alrededores.
Por ejemplo, la CNN, en su falta de material nuevo dentro de una maratónica emisión, daba como “noticia” el comentario vía Twitter de una señora mexicana muy compungida por el llanto de su hija, que ahora perdía la posibilidad de casarse con su príncipe de ensueño (como si todos los simples mortales tuviéramos las mismas posibilidades objetivas para desposar un miembro de la realeza inglesa).
Los lamentos de la señora mexicana y esa forma de involucrarse con la boda ocurrida en la pantalla son los síntomas claros de que, como una y otra vez han repetido los cronistas del evento, hemos sido testigos de “un cuento de hadas” hecho realidad. Se itera la eterna fórmula de la doncella devenida princesa, del poder de un amor puro e incondicional capaz de llevar a una simple plebeya universitaria a los palcos del palacio de Buckingham. Si Kate Middleton, hija de los dueños de una tienda de chascos, es ahora la futura reina de Inglaterra, ¿por qué el resto de las señoritas del mundo tiene impedido soñar con su final de Cenicienta?
(Claro que no todas las señoritas tienen padres tan pudientes –parece que el negocio de los chascos funciona– como para costear la Universidad a la que asiste el mismísimo heredero al trono de Inglaterra, aunque es éste un mínimo detalle económico).
¿Por qué en un pequeño país como Uruguay los quioscos de revistas promocionan ejemplares con distintos ángulos de la flamante pareja que algún día reinará sobre las islas británicas? ¿Realmente tiene ello alguna incidencia en alguna dimensión de nuestra vida política o cotidiana? La fascinación que ha provocado este casamiento se explica, sencillamente, por su carácter de cuento de hadas (y me atrevería a decir, en las versiones de Disney) re-editado, instantáneo, produciéndose a todo color justo delante de nuestras narices, en nuestros televisores, computadoras y hasta celulares.
Algunos autores explican que el placer experimentado por el niño al oír los cuentos tradicionales se debe al justo equilibrio entre la seguridad de lo ya conocido y la dosis sorpresiva de los ingredientes nuevos. Ello se aplica también al carácter predominante de nuestros consumos culturales: necesitamos el confort de las viejas historias repetidas ad infinitum, aunque bajo la máscara delgada de una apariencia nueva. Los príncipes y las princesas que antes sólo vivían felices para siempre en las ilustraciones de los cuentos ahora empiezan ese final pero en high definition. Las técnicas de contar han cambiado, pero los relatos permanecen. Lo real (ahora sí, en su doble acepción de realeza-realidad) no solo imita la ficción, invirtiendo los clásicos términos miméticos, sino que la crea. Solo resta esperar la película sobre esta preciosa y noble historia de amor. Las ficciones terminan imitando a las ficciones, pero qué importa, si siguen comiendo sus perdices.
1 comentario:
Creo que no resulta difícil involucrarse, no me vi la transmisión pero me devoré el resumen de una hora que hizo la BBC durante el finde siguiente.
La verdad sea dicha
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