“No se puede bajar dos veces al mismo río”, “Panta Rei” y los demás hits de Heráclito suenan en mi FM interna cuando veo esta especial modalidad de video, circulante en la YouTubeosfera, a la que sus propios autores han devenido en llamar “One Photo Per Day Proyect”. En estos pequeños videoclips caseros, perseverantes mortales han llevado a cabo un proyecto: una foto por día, una edición ultrarrápida, años de cambios faciales resumidos en un minuto.
Estos videos hacen perceptible ese mágico proceso del cual no somos testigos ante la imagen del espejo: las mínimas transformaciones que, por causas biológicas o por efecto de nuestros propios impulsos estéticos, van dejando sus marcas en nuestros rostros, cuerpos y cabellos. Aunque el espejo nos muestre los resultados del crecimiento (o envejecimiento), no nos muestra el proceso (¿alguien querría pasarse la vida ante el espejo para verse cambiando? Y si alguno tuviera la colosal paciencia, ¿realmente podría percibir los cambios que de manera tan sutil van sembrando sus manifestaciones visibles?). Parece que el espejo (la imagen más directa que podemos tener de nuestro propio rostro) no sabe de diacronías.
La conjugación de las técnicas fotográficas (de la imagen fija a la imagen movimiento) genera la ilusión de condensar todos los segundos de existencia en un minuto de video, como si permitiera experimentar y manipular el tiempo, casi como engañándolo, haciéndolo mostrar en una nimia fracción lo que jamás podrá asirse en la temporalidad natural. Esa niña, Natalie, que en un minuto se convierte de bebé a jovencita; el adolescente que de repente pasa a ser adulto y "vive su vida más rápido"; la chica que muestra los mil y un estilos de cabello que pueden llevarse a lo largo de dos años: las redes permiten compartir todas las dimensiones de la vida (ya lo sabemos), e incluso la más vasta de todas. La vida misma, el tiempo que transcurre.
Y sin embargo, aún seguimos sin saber cómo es que cambiamos realmente, aún cuando comparemos dos fotografías tomadas a una distancia de diez años. Y es que lo que vemos cambiar es, precisamente, la imagen fotográfica. Solo en la representación podemos percibir ese antes y ese después. Nosotros, carne-y-hueso, seguimos consumiéndonos y rehaciéndonos sin notarlo. Por eso, no es la vida la que cabe en un minuto. Es, en todo caso, la vida de esas imágenes que ya andan solas, fluyendo, conquistando otras pantallas.
Cuando yo era bebé las fotos eran demasiado caras, y solo se obtenían en los momentos especiales, como en los cumpleaños. ¿Será que junto al descenso de valor económico de las fotografías, se ha perdido el valor simbólico de los momentos, al punto de resumirse toda una vida en un par de segundos?
En el largo listado de comentarios formulados en YouTube sobre el video de Natalie (cuya imagen evolutiva ha sido contemplada por más de cinco millones de personas) hay uno que, tal vez con sarcasmo, dice: “ahora iré a tener un hijo con el único propósito de fotografiarlo cada día”. Sea como crítica o como promesa, este comentario enciende mi FM interior con otra idea: parece que el minuto ya es más importante que la vida.
2 comentarios:
Hay que dejar de pensar la vida en bytes y minutos, followers y momentos kodak. Así lo sanamente normal pasa desapercibido, y solo quedan lo extraordinariamente malo artificialmente exaltado con lo que creemos que puede ser ideal, lindo, rosa, idílico... falso.
Las fotos más significativas son algunas pocas que nunca se sacaron. Se llevan prendidas en un lugar importante del corazón. Estoy segura de eso.
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