Fotografía: Analía Buffa |
Planteemos una situación hipotética, pero verosímil. Una mujer está embarazada de 36 semanas. En su vientre hospeda y nutre a su tercer hijo que llamará Ringo. Una noche, esta mamá ve sus manos hinchadas, siente fuerte dolores de cabeza, su panza-hogar está entumecida y no percibe movimientos del bebé. Inmediatamente concurre a un centro asistencial.
El doctor constata los síntomas y comienza su hermenéutica médica. El dato clínico registra hipertensión arterial en la madre, una cantidad de proteínas encontradas en el análisis de orina que superan los 150 mg (lo que se denomina proteinuria), y el diagnóstico es preeclampsia o toxemia. Estas palabras frías, técnicas, mecánicas, para la madre solo significan ansiedad. Los malos pronósticos no tardan en llegar. Habrá que realizarle una cesárea de urgencia con las probabilidades de que los pulmoncitos de Ringo no toleren el oxígeno del mundo exterior. La madre se convierte en la angustia hecha persona. El desenlace es trágico. La criatura fallece en la matriz uterina y su destino será una autopsia. Es inefable describir los sentimientos de esa mujer y su entorno.
Agreguemos un cierto contexto a la historia. Esa mujer pertenece a una familia pudiente. De hecho, mientras ella estaba internada, su madre estaba vacacionando en Europa. Con tantos recursos, ¿podría haber prevenido el final fatídico? ¿Habrá controlado rigurosamente su embarazo?, o mejor dicho, ¿habrá protegido a su hijo? En esta ocasión no hay obstáculos económicos que puedan emplearse como excusa. La duda se cuela entre los huecos del relato.
Sigamos adicionando detalles. Esa muchacha embarazada acarreaba espesos problemas con su concubino desde que su pareja había descubierto la infidelidad de ella cuando estaba de 31 semanas de gestación. ¿Qué es lo primero que hay que pensar? Sí, que es una puta.
Con ánimos de seguir ahondando, incluyo otro aporte. Ella, su madre, su abuela, su marido y su amante son personajes célebres del Río de la Plata. Sin querer, pero queriendo, el par de amantes se mostró besándose en un lugar público. Quedaron tatuados para la posteridad. ¿Y ahora? No solo es una puta, es una hija de puta.
Para colmo, esa mujer-madre-amante-artista, no tiene buen trato con el periodismo, lo cual conlleva a que se la pueda manosear y vituperar gratuitamente por el solo hecho de acarrear antecedentes de relaciones antipáticas con los medios masivos. Definitivamente no hay dudas de que Juana Viale es una malparida.
Ahora bien, rebobinemos un poco y descuarticemos algunos puntos que interceptan las valoraciones que estamos tentados de hacer. En primer lugar se cruza la dimensión de la monogamia. ¿Es lo mismo que un hombre viole el contrato de fidelidad a que lo haga una mujer? No. El hombre puede ir con la cabeza en alto cuando tiene sus “huesitos” desperdigados por fuera de su hogar conyugal. La mujer carga con el estigma eternamente.
Por otro lado, pensemos someramente en cómo construimos la maternidad. Se nos hace muy difícil –y hasta asqueroso– aceptar que una mujer embarazada siga siendo sexual, que se excite, que tenga ganas de recibir mimos, de sentir orgasmos, de experimentar su cuerpo. El legado que seguimos transmitiendo generacionalmente es que una mujer fecundada automáticamente se convierte en un horno, en una incubadora, en una fábrica de hacer bebés. Cualquier cosa, menos una persona con derecho a proseguir con su vida sexualidad intacta. ¿Qué clase de autonomía es esa? ¿Y qué pasa con el hombre que se siente atraído por la mujer embarazada de otro hombre? Nada.
Finalmente, pertenecer a una dinastía artística engrosa los cimientos con los que todos construimos la hipocresía porque nos sentimos con la potestad de decir lo que se nos antoja ya que son figuras sociales permanentemente expuestas. No confundamos. Estamos juzgando a la mujer que perdió un hijo deseado con la vara de la joven que nunca tuvo afinidad con los flashes del espectáculo. Tenía que ser mujer… en una sociedad heteronormativa.
3 comentarios:
te juro q a raiz de este tema he escuchado cada disparate de la boca de gente amiga, de mi propio hermano. ni he querido saber cmo los medios trataron el tema para no calentarme.
La cuestión no es compadecerse de esa pobre niña rica, eso está claro desde todo momento en tu post, buenísimo cmo siempre.
Cada párrafo tuyo da para una monografía entera. Como siempre, un gusto leerte.
Me interesó mucho un fragmento de Intrusos en que analizaban cómo el fotógrafo había registrado el fatídico beso. Una especia de meta-meta-periodismo.
Ya me imagino las voces diciendo "Dios la castigó".
Besos, nena.
Creo que hoy en día no se da tanto eso de que los hombres infieles salgan siempre bien parados. Es verdad, no se compara con el castigo social que puede tener una mujer, pero la cosa se va igualando. Además, creo que si te comprometés con tu pareja, sea heterosexual o no, no le podés ser infiel. Salvo que las reglas de juego que se pongan sobre la mesa sean otras.
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